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El hombre, desde sus inicios, ha tenido ese instinto de supervivencia, de protección de sus congéneres y ello era positivo hasta que se dio cuenta de su capacidad de lograr poderes, de ser más que otros, sobresaliendo del resto, acumulando riquezas materiales en vez del engrandecimiento espiritual, provocando una lucha de clases donde los poderosos tenían la supremacía sobre los más débiles, creando con ello ambientes de discordias, malestar, desunión y falta de comprensión.
Después, a escala mundial, el recrudecimiento de las relaciones diplomáticas entre las naciones, desencadenando en muchas ocasiones y sin razón alguna, cruentas guerras en las que las vidas humanas carecían de valor frente a los intereses que movían a unos pocos.
Basándonos en lo expuesto anteriormente, podemos deducir claramente que vivimos en un planeta donde priman los defectos y vicios en detrimento de esos valores morales, con los que también se encarna, pero que desgraciadamente pierden fuerza ante este concepto de la vida que se tiene.
Es cierto que sería de desear un cambio total, una creencia ciertamente utópica en estos momentos pero ello no es motivo para quedarnos impasibles, porque con nuestra forma de ver la vida espiritualmente, podemos aportar con el ejemplo mucha ayuda para que poco a poco se cree un ambiente armónico y de paz entre las gentes.
No pensamos por qué y para qué estamos aquí, el sentido que tiene que vivamos con una serie de circunstancias encuadrados en una determinada familia y con unas ventajas e inconvenientes que, si analizamos detenidamente comprendiendo las leyes espirituales, nos daremos cuenta que todo tiene una respuesta. Estamos encarnados en este planeta que es como una escuela en la que hemos de aprender, por mediación de una serie de pruebas y experiencias que van a surgir a lo largo del camino, que se debe sacar el máximo provecho de las mismas para quitar defectos y engrandecer las virtudes que podamos tener, mostrando todo lo positivo que llevamos en nuestro interior.
A mi parecer, la mejor forma de conseguirlo no es otra que pensar en nuestro semejante, en esas personas que nos rodean, preocuparnos de corazón, con limpieza, sin dobleces ni intereses personales, por saber qué se puede hacer por facilitar su existencia. Porque hay momentos en la vida que hay que saber que estos problemas no lo son tanto cuando miramos alrededor y vemos con tristeza verdaderos dramas.
Incluso el hecho de olvidarse de uno mismo, dejar de recrearse con nuestros problemas, obsequiando a los demás con una sonrisa, con una frase de aliento, con un simple gesto de ánimo, de hacer ver que se puede contar con nosotros sin condiciones, esto favorece mucho nuestro progreso espiritual a la vez que crea unos lazos de unión, de confianza y sentimiento sincero difícil de romper porque hay una buena base de amistad y compañerismo que la sustenta.
No es dar una palmada en la espalda, decir lo que se quiere oír, sino actuar con la intención de solucionar problemas ajenos, aun cuando ello pudiera ser motivo de tener que dar consejos que sabemos no pueden ser aceptados con convencimiento, quizás provocado por malas interpretaciones o falta de entendimiento, o por dar cabida a pensamientos negativos contrarios a nuestro sentir, pero con la certeza de que se da todo por la otra persona y con el deseo de hacerle bien, sin esperar nada a cambio.
Por la parte que recibe esos consejos, es primordial que haya una predisposición total a aceptar, sin recelos de ningún tipo, la ayuda que se puede dar porque se debe ser consciente que otras personas tienen, bien por su bagaje espiritual, por su conocimiento de las situaciones u otros motivos, la capacidad de sernos muy útiles en la asimilación de experiencias por las que ellos ya pudieron atravesar en alguna ocasión, y no cerrándonos en nosotros mismos cayendo en la desgana, la comodidad y otros defectos que sabemos son muy perjudiciales, por no querer reconocer que necesitamos ayuda y que podemos obtenerla sin necesidad de sufrir más de lo necesario y sin albergar en nuestro interior sentimientos de rechazo y alejamiento de quienes desean nuestra felicidad ya que así el camino de nuestra vida es más agradable que de otra forma.
Por el contrario, y como somos seres con imperfecciones, tenemos que tener presente que un exceso de valoración hacia otras personas, puede provocar el envanecimiento y orgullo de éstas, forzándoles en ocasiones a actuar de acuerdo con la imagen desmesurada que se tiene de ellos, limitando su capacidad de acción, creándole inseguridad ante los inconvenientes que se puedan presentar, coartándole su libre albedrío, y subestimando el valor que otros sí tienen pero que pasan inadvertidos ante nosotros.
En definitiva, sería aconsejable aceptar que estamos necesitados de ayuda, que cualquier persona puede ser la indicada para dárnosla, que se debe valorar a quienes realmente quieren nuestro bienestar, mejorando las relaciones entre los individuos, y así de esta manera aunando esfuerzos por propiciar un clima de armonía y concordia de sentimientos, podremos dar ejemplo para formar ese mundo que todos anhelamos, donde la comprensión y el corazón sean valores necesarios para la convivencia.