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Ciertamente, así ha ocurrido, pero este cambio ha motivado que el ser humano, vea la vida de diferente forma a lo que sería de desear, porque la sociedad consumista y egoísta en la que nos movemos, donde el protagonismo y el ascenso en los objetivos materiales que se fijan, llegan a ser el único sentido que tiene nuestra existencia, en la cual el ser superior a otros es la base de la supervivencia cotidiana, se han perdido valores tan necesarios e importantes para la convivencia en armonía como el actuar siempre como quisiéramos que se hiciera con nosotros.
Desde que encarnamos y a medida que avanzamos en nuestro crecimiento físico, también lo hacemos psíquica y mentalmente y es cuando descubrimos una serie de aptitudes y conocimientos que van, con el paso del tiempo y tras ir sucediendo una serie de acontecimientos y pruebas en nuestro caminar, formando nuestra propia personalidad, nuestro yo, el carácter, los pensamientos y sentimientos que en nuestra vida nos harán decantarnos, según nuestras tendencias y defectos, por un derrotero u otro.
Es aquí donde hemos de ser conscientes que, el destino de nuestra existencia, el progresar más o menos depende de nosotros, quedar impasibles ante las pruebas y obstáculos que se presentan, sin analizarlos y asimilarlos, o desaprovechando esa gran oportunidad que el Padre nos brinda, revelándonos ante la adversidad o, por el contrario, pensar que la vida no está basada simplemente en el vivir diario con la solución de problemas materiales, sino que podemos ver más profundamente, aprendiendo el por qué nos sucede cada situación qué parte de responsabilidad tenemos nosotros en los hechos que acontecen.
Para que esto ocurra, es necesario tener la idea clara de que somos espíritus dotados de unas materias, con unas cualidades que nos permitirán, en el transcurrir de nuestra existencia, conocernos a nosotros mismos, si así lo deseamos y así poder aportar a quienes nos rodean nuestros valores, intentando controlar los instintos, pensamientos y reacciones que pudieran perjudicar al semejante.
Con el conocimiento de la vida espiritual, se aprende que es el autoanálisis lo que nos ayudará a afrontar la vida bajo otra perspectiva diferente a la que comentábamos anteriormente, si se tiene presente que conforme actuemos así recibiremos de los demás; esto será una siembra para futuras existencias.
Estudiando nuestro interior, pero de forma imparcial y crítica, y siendo realistas y objetivos sobre nuestra manera de comportarnos, vigilando nuestras reacciones, estaremos en situación de comprender en qué errores podemos incurrir, evitando el peligro de ser intransigentes en circunstancias que pensamos son injustas, creando resentimientos y recelos, cuando la mayoría de las veces los impedimentos tienen su causa en nosotros mismos.
Se debe ser más tolerante y comprensivo con la conducta de los demás, tratando de ver la parte positiva, eludiendo en todo momento la censura, porque una actitud contraria desemboca en la intolerancia, en creer que somos portadores de la verdad, que no cometemos fallos excediéndonos en la autoestima y en el amor propio, con lo cual propiciamos ambientes desfavorables aislándonos del resto. De esta forma toman fuerza las inseguridades y el pesimismo, cerramos nuestras mentes y nos volvemos reservados e introvertidos sin dar nuestro parecer a los demás y amargamos así nuestra existencia.
Muchas veces se actúa por instinto, fríamente y sin escuchar a nuestro corazón. Por el contrario, si lo observamos desde otro punto de vista: con una actitud positiva, reconociendo nuestras imperfecciones, asumiendo responsabilidades de nuestros actos al poner en práctica ese análisis, con la familia, los amigos... y cuidando la educación y el respeto irradiaremos felicidad y amor allá donde nos encontremos, consiguiendo respuestas positivas a nuestras actuaciones.
El progreso de nuestro espíritu, que es a lo que está destinado en cada existencia, requiere de un esfuerzo que se debe potenciar desde que tenemos conocimiento, aprendiendo a desenvolvernos en la vida, siguiendo en principio las actuaciones de nuestros mayores, que tienen más experiencia en los diferentes aspectos que presenta la vida. Luego, personalmente, descubriendo todos y cada uno de los defectos y tendencias negativas que tenemos, aceptándolas primero para poder eliminarlas más facilmente con un deseo de renovación interior.
Teniendo en cuenta todo esto, podríamos
concluir meditando sobre la importancia que tiene saber en qué fallamos,
porque de esta manera todo lo veremos bajo un prisma diferente, consiguiendo
esa paz y felicidad ya que seremos conscientes de que actuamos limpiamente
y de corazón.