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Nace el 1-1-1846 en Foug, pueblo cercano a Tours y desencarna el 12-4-1927. Es a los 18 años cuando se inicia en la doctrina espírita al comprar El Libro de los Espíritus. Tras su lectura se da perfecta cuenta de lo que esta idea iba a suponer para la humanidad, por lo que se dedica a su estudio racional, científico y filosófico, teniendo a la vez muy en cuenta el sentido moral de la misma. Además estudió profundamente a Myers, Rusell Wallace, Crookes, Rochas, entre otros y colaboró con muchos grupos espíritas (Tours, Lyon, Marsella, París...), todo ello se tradujo en una amplia experiencia personal que junto a su sentido intuitivo y moral, dotaron a este personaje de un carisma tal que era apreciado y reconocido por donde pasaba.
Es de destacar su loable labor a favor de la educación y la enseñanza, pues después de la guerra en 1870, se reunió con otros ciudadanos y fundaron La Liga de la Enseñanza, de la que fue secretario general, creando bibliotecas populares y promoviendo infinidad de conferencias.
Denis colaboró ininterrumpidamente en la "Revue Spirite" hasta el último año de su vida (además de presidirla durante los 2 años siguientes a la desencarnación de Kardec) y fue el presidente de 2 congresos internacionales espíritas, en 1900 y en 1925, ambos en París.
Las obras fundamentales de León Denis son:
Después de
la Muerte. (Finales de 1890).
Cristianismo y Espiritismo.
(Agosto de 1898)
En lo Invisible.
(1903)
El Problema del
Ser y el Destino. (1905)
La Verdad sobre
Juana de Arco. (Hacia 1910 y reeditado con su título definitivo
Juana de Arco, Médium, en 1912).
El Gran Enigma.
(Hacia 1911)
El Mundo Invisible
y la Guerra. (Año 1919)
El Genio Céltico
y el Mundo Invisible. (Año 1927).
De una de ellas, "Después de la Muerte", entresacamos este interesante pasaje:
El trabajo es una ley para las humanidades planetarias como para las sociedades del espacio. Desde el ser más rudimentario hasta los espíritus angélicos que velan por los destinos de los mundos, todos toman parte en el gran concierto universal. Penoso y grosero para los seres inferiores, el trabajo se suaviza a medida que la vida se refina. Se convierte en un venero de goces para el espíritu adelantado, se hace insensible a las atracciones materiales, exclusivamente ocupado de los estudios más elevados.
Con el trabajo, el hombre domina las fuerzas ciegas de la naturaleza y se pone a salvo de la miseria; por el trabajo es por lo que se fundan las civilizaciones y por lo que se extienden el bienestar y la ciencia.
El trabajo es el honor y la dignidad del ser humano. El ocioso que, sin producir nada, se aprovecha de la labor de los demás, no es más que un parásito. Mientras el hombre se halla ocupado en su tarea se acallan sus pasiones. La ociosidad, por el contrario, las desencadena y les abre un vasto campo de acción.
El trabajo constituye también un gran consuelo, un derivado saludable para nuestras preocupaciones y nuestras tristezas; calma las angustias de nuestro espíritu y fecundiza nuestra inteligencia. No existe un dolor moral, no existen decepciones ni reveses que no encuentren en él un apaciguamiento; no hay vicisitudes que resistan a su acción prolongada. El que trabaja tiene asegurado siempre un refugio en el sufrimiento y un verdadero amigo en la tribulación; no puede aceptar la vida con disgusto. En cambio, ¡cuán digna de lástima es la situación de aquél a quien los achaques condenan a la inmovilidad y a la inacción! Si este hombre ha sentido la grandeza y la santidad del trabajo, si por encima de su interés propio ve el interés general y el bien de todos y quiere contribuir a él, sufre uno de los padecimientos más crueles que se han reservado para el ser viviente.
Tal es también en el espacio la situación del espíritu que faltó a sus deberes y disipó su vida. Comprendiendo demasiado tarde la nobleza del trabajo y la villanía de su ociosidad, sufre al no poder realizar lo que su alma concibe y desea.
El trabajo es la comunión de los seres. Por él nos aproximamos los unos a los otros, aprendemos a ayudarnos y a unirnos; de esto a la fraternidad no hay más que un paso. La antigüedad romana deshonró el trabajo haciendo de él la condición propia del esclavo. Esto explica su esterilidad moral, su corrupción y sus secas y frías doctrinas.
Las épocas actuales tienen otra concepción completamente distinta de la vida. Buscan la plenitud en una labor fecunda y regeneradora. La filosofía de los espíritus amplifica más aún esta concepción, indicándonos en la ley del trabajo el principio de todos los progresos y de todas las elevaciones, y demostrándonos que la acción de esta ley se extiende a la universalidad de los seres y de los mundos. Por eso estamos autorizados para decir: Despertad, ¡oh, vosotros, todos los que dejáis adormecidas vuestras facultades, vuestras fuerzas latentes! ¡Manos a la obra! Trabajad, fecundizad la tierra; haced resonar en las fábricas el ruido cadencioso de los martillos y el silbido del vapor. Agitaos en la colmena inmensa. Vuestra tarea es grande y santa. Vuestro trabajo es la vida, es la gloria y es la paz de la humanidad. Obreros del pensamiento, escrutad los grandes problemas, propagad la ciencia, distribuid entre las multitudes los escritos y las palabras que reconfortan y fortifican. ¡Que de un confín del mundo al otro, unidos en la obra gigantesca, cada uno de nosotros emita su esfuerzo, con el fin de contribuir a enriquecer el dominio material, intelectual y moral de la humanidad!