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Sin duda, el cambio de milenio va asociado al polémico “Final de los Tiempos”; la historia nos narra lo que ocurrió en una fecha similar como fue el año 1000 de nuestra era. Se pensó, en base a una interpretación errónea de algunas profecías, que el fin del mundo se produciría en ese momento, lo que provocó una reacción popular y como consecuencia un auge del fanatismo y la superchería.
Actualmente existe también un movimiento importante de sectas, grupos y personas que pregonan dicho final para el año 2000, producto del desconocimiento y la falta de análisis. Desde nuestro punto de vista, existen muchos aspectos que deben ser matizados para que con una mente abierta y clara se pueda afrontar con éxito una cuestión de la importancia y trascendencia como es la del “Final de los Tiempos”.
En primer lugar hemos de fijarnos en los momentos actuales, la situación que se vive hoy día es muy distinta a la que se vivía, por ejemplo, en el año 1000. El hombre ha alcanzado un avance tecnológico y científico muy importante. Sin embargo en el apartado moral, todavía estamos muy lejos de vivir en concordia y fraternidad. Resumido en una frase: conocemos mejor el entorno pero todavía no nos hemos explorado interiormente.
Esto supone que el materialismo con todo lo que implica de egoísmo y orgullo lo hemos dejado crecer a nivel general; los intereses económicos y la ley del más fuerte prevalecen por encima del desarrollo de las cualidades del ser humano. Todo ello trae como consecuencia guerras, deterioro del planeta y una decadencia de los valores que sostienen a la sociedad.
Sin embargo, no debemos confundirnos ni desmoralizarnos. La parte negativa, como en todas las grandes cuestiones espirituales busca el desprestigio; como no puede impedir que la verdad se manifieste espontáneamente por distintos caminos, busca la manera de divulgar la falacia de hacernos creer que existen fechas concretas respecto al Cambio de Ciclo. Una vez esas fechas transcurren, entonces se produce la descreencia y el descrédito.
Sin duda la profunda transformación del planeta se efectuará pero cuando sea el momento. De lo Alto existe una planificación desde hace milenios pero, en función a nuestro libre albedrío se puede adelantar como se puede retrasar. Es por ello que no depende de fechas, sino de comportamientos y actitudes.
A nivel particular debemos mostrarnos esperanzados con el porvenir, ya que si cumplimos con nuestro trabajo interior, si luchamos por superar las imperfecciones que nos alejan de un grado superior de espiritualidad, podremos estar seguros de que formaremos parte de esa nueva sociedad que se prepara.
Por lo tanto, el futuro se debe contemplar con ilusión y entusiasmo ya que el Padre es infinitamente justo y a cada cual le dará según sus obras. Nada está sujeto al azar sino que está perfectamente planificado, sólo depende de nosotros.
Desechemos pues la idea del “castigo divino”. Aunque podamos ver un planeta castigado por la contaminación, la amenaza de guerras, y un deterioro progresivo del hábitat natural por la acción descontrolada del hombre; no podemos desmoralizarnos ni ser pesimistas. Tras la tempestad vendrá la calma, seguramente dicha tempestad será muy dura como aseguran las diferentes religiones y profecías que a lo largo de la historia nos han legado, sin embargo, más tarde llegará la calma. Un nuevo equilibrio y un nuevo orden en el planeta, dejando definitivamente atrás el materialismo y las imperfecciones que predominan en la actualidad.
En consecuencia nuestra actitud se debe asemejar a la del niño que en medio de un fuerte temporal en alta mar no teme por su vida ya que quien lleva el timón de la embarcación con mano firme es su Padre.
En definitiva, nuestros esfuerzos han de ir encaminados hacia
un mejoramiento interno, conscientes de la época que nos ha tocado
vivir y de lo mucho que nos jugamos en esta existencia. Debemos luchar
por merecer estar entre los elegidos para formar parte de esa nueva sociedad
que nos tienen prometida y de la que, como si de un banquete se tratara,
todos estamos invitados.