JUL-99 Nº 204 |
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Como es lógico, durante el periodo de la infancia y la adolescencia recibimos la parte más importante de la educación, y que será la que marcará a la persona para el resto de su vida. En el transcurso de esos años el papel que juegan los padres y educadores resulta vital. Además, hay que tener en cuenta que durante la infancia se suele imitar y ver como un modelo de conducta el comportamiento y las pautas que marcan los mayores.
Desde un punto de vista espiritual nos podemos dar cuenta de la importancia que tiene para el espíritu este proceso, y de la enorme responsabilidad que tenemos los padres o educadores con estos niños y adolescentes. No olvidemos que cada ser trae unas deficiencias del pasado y un programa a cumplir en el plano físico. Por lo tanto, la misión que se nos encomienda es la de orientar, corregir, alentar y potenciar en un ambiente armónico y feliz los primeros años del nuevo ser.
A diferencia de los planteamientos que se podrán hacer los materialistas, la educación desde una óptica espiritual exige otras pautas diferentes para lograr el éxito. Los objetivos básicos para los primeros se encuentran en lograr una posición social alta a través de una buena formación académica que los lleve a conseguir un trabajo muy bien remunerado. Para los segundos, además de la formación a través de los estudios, se observa al niño para localizar aquellas trabas morales que le puedan suponer un obstáculo en el futuro y que le impidan convivir en paz y en concordia con sus semejantes. Una vez localizados dichos defectos, se busca la forma de hacer comprender al niño o adolescente que esa forma concreta de obrar no conduce a nada positivo, causando un daño no sólo al semejante sino también a nosotros mismos.
Otro aspecto muy importante es la formación no sólo cultural y material sino también el proporcionarles unos conocimientos espirituales que les posibiliten el poseer una visión de la realidad mucho más profunda, del porqué y para qué estamos aquí y cuáles son las metas a alcanzar. En este sentido la doctrina espírita puede jugar un papel fundamental en la cimentación de una fe inquebrantable, y en sentar unos cimientos donde construir un edificio sólido y fuerte.
No podemos olvidar que la vida se compone de muchos altibajos, de sinsabores que nos pueden amargar nuestra existencia, también nos podemos encontrar con un éxito que no sepamos digerir bien, y de un sinfín de pruebas que van a medir nuestras capacidades y grado moral y de fortaleza. Nosotros como padres y educadores tenemos una época y un momento, tras el cual pasaremos, y esos niños y adolescentes ocuparán nuestros puestos y tendrán que asumir las responsabilidades futuras. Los consejos que podamos darles, producto de nuestra experiencia, les pueden servir de mucho, ni qué decir del ejemplo. Malos padres o educadores seremos si no respaldamos las palabras con obras.
En conclusión, es muy importante ofrecer una educación
responsable, ofreciendo siempre el cariño a través de los
buenos consejos y las buenas obras, fomentandoles la autoestima pero sin
derivar en amor propio, la superación de uno mismo pero sin buscar
estar por encima de los demás, “compartir” para que comprendan que
para recibir primero hay que dar, que asuman pequeñas responsabilidades
para que puedan sentirse útiles a los demás, que aprendan
que no es malo equivocarse pero sí el persistir en el error, enseñarles
el autoanálisis como método más seguro para conocerse
a sí mismo. En definitiva proporcionarles una formación provechosa
para que, sea cual sea su posición en el futuro y el tipo de pruebas
a las que se vean sometidos, puedan tener una base y una referencia importante
de donde extraer conclusiones válidas en sus vidas y que en base
a su libre albedrío puedan escoger siempre el camino más
útil y provechoso para su evolución.