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Observamos los hechos, las actuaciones, las actitudes, pero a veces las verdaderas intenciones son muy difíciles de calibrar, por la sencilla razón de que no podemos ver los sentimientos y pensamientos que promueven dichas acciones. Si bien a nivel espiritual el alma goza de unas capacidades muy amplias, con el cuerpo físico el espíritu se encuentra muy limitado, sus percepciones suelen reducirse a los sentidos para que de forma bastante parcial la razón “interprete” los datos que posee.
También hay que tener en cuenta otro aspecto fundamental, la sintonía espiritual en la que nos encontramos también influye en los juicios de valor. Si por ejemplo nos encontramos en una actitud interior positiva veremos las cosas de una forma, y si nos encontramos desequilibrados espiritualmente, observaremos las cosas de otra forma muy distinta ante un mismo hecho.
Además, no podemos olvidar que casi nunca disponemos de toda la información, es decir, enjuiciamos lo que vemos pero muchas veces no conocemos el origen del problema ni los antecedentes que han originado dicho comportamiento. Para hacer una valoración es necesario remontarse al origen para poder entender el porqué de las actuaciones.
Otro aspecto importante es que casi siempre nos formamos conceptos de las personas sin pararnos a pensar que con el tiempo, las experiencias y pruebas a las que se ven sometidos pueden sufrir cambios, a veces profundos. Sólo basta con mirarnos a nosotros mismos y comprobar claramente los cambios que se han efectuado en nuestro interior con el paso de los años. En consecuencia, no se pueden mantener posturas o ideas sobre personas de un modo definitivo puesto que posiblemente tengan poco que ver con su actual forma de comportamiento.
El bajo astral, como hemos comentado en tantas ocasiones, distorsiona la realidad y trata por todos los medios de enfrentar unos contra otros, y una forma muy sutil y práctica a la que habitualmente recurren es la de colocar en la mente ideas equivocadas y malintencionadas sobre el prójimo, en esos casos es muy conveniente solicitar ayuda a lo Alto y pedir por las personas y entidades espirituales negativas que intentan perjudicar y ensuciar una relación fraternal y de concordia.
Ante todas esas circunstancias el Maestro Jesús consciente de nuestras deficiencias y de nuestro atraso evolutivo nos recomendó: “No ver la paja en el ojo ajeno y sí la viga en el nuestro”. Queriéndonos decir que debemos estar más pendientes de un análisis interno sincero antes que estar pendientes de las actuaciones ajenas. Esa es nuestra obligación y es a lo que nos comprometimos antes de encarnar; estudiarnos, analizarnos para posteriormente eliminar los defectos que impiden la realización de cualquier compromiso espiritual sobre la Tierra. Sobre los errores ajenos el Padre ya se encarga de enjuiciar con mucha más exactitud de lo que podamos hacerlo nosotros.
Los seres de luz encargados de ayudar a los espíritus encarnados solicitan muy a menudo ayuda del Padre para que “juzgue” lo mejor para cada persona, con base al programa que trae a la Tierra y el camino que ha recorrido en otras existencias. Estos seres llenos de sabiduría y amor no se atreven a enjuiciar porque quieren lo mejor para nosotros y porque en su humildad y amor no se consideran lo suficientemente aptos como para actuar con absoluta justicia, al margen de la voluntad del Todopoderoso.
Otra circunstancia muy distinta es cuando un comportamiento perjudica y entorpece a otras personas, entonces es cuando se debe actuar, buscando siempre lo mejor para todos, sin rencor, malquerencias y sabiendo perdonar. Pidiendo a lo Alto ayuda en las resoluciones para actuar con la mayor justicia posible. En estos casos es cuando se deben dejar a un lado las debilidades, sentimentalismos, dobleces y todo aquello que impida actuar con firmeza y con ecuanimidad.
Tampoco se puede marginar cuando un comportamiento no va en sintonía a lo que esperamos de ellos, hay que tener en cuenta que existen muchas posibilidades y muchas formas de entender y hacer las cosas, no necesariamente los demás tienen que obrar del modo en que nos gustaría que lo hicieran. Y en el supuesto de que su comportamiento fuera equivocado, si lo marginamos, le estamos cerrando las puertas a la comprensión de su error y le estamos dificultando su trabajo. También con dicha actitud estaríamos demostrando un talante fanático e intransigente. Por lo tanto, debemos de ser muy prudentes a la hora de enjuiciar otros comportamientos y otras actitudes. Aquello que nos pueda parecer mal, antes de condenarlo tendremos que buscar en nuestro interior si también poseemos algo de lo que criticamos, y en tal circunstancia erradicarlo cuanto antes.
Para concluir recordemos el comportamiento de los grandes maestros
que han pasado por nuestro planeta, ellos antes que condenar - corregían,
antes que enjuiciar - daban ejemplo. Aprendamos pues de sus enseñanzas
y no nos dejemos llevar por las apariencias.