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Tienen los celos su origen en el egoísmo, y son una manifestación del amor propio. Se podrían definir como un sentimiento de posesión, dominio o exclusividad, que embotan la razón y no dejan pensar con sensatez y lógica.
Se pueden clasificar en dos grupos, los que se refieren a la pareja, o pasiones amorosas, y los de las relaciones sociales.
Los relativos a la pareja suelen ser los más comunes, y depende del grado de intensidad, pueden causar mayor o menor perjuicio, tanto para quien los siente como para quien es víctima de ellos.
Algunos casos hay en los que pueden haber motivos reales para caer en los celos, pero en su inmensa mayoría, es la imaginación quien crea esos motivos injustificados, debido fundamentalmente a un deseo incontrolado de posesión de la persona por quien se tiene un afecto, que puede ser sincero, pero fuera de control, es decir, que se corresponde más a un sentimiento de pasión amorosa egoísta que de amor y amistad verdadera.
En casos exagerados, se pueden llegar a realizar actos abominables, pues la razón se nubla por completo y pueden surgir deseos de venganza, violencia, etc.
Son también una clara manifestación de falta de confianza en la persona amada. Si se tiene ésta, no se piensa que puede haber infidelidad ni traición al afecto que se pueda tener, por tanto, cuando se cae en los celos, es por una personalidad egoísta, mezquina, y en muchos casos, con un fuerte complejo de inferioridad, que crea inseguridad, suspicacia y desasosiego.
Si quien los sufre es tímido, introvertido, pacífico y en cierto modo benévolo, suele adoptar una actitud de víctima y ofendido, pero si se tiene un carácter duro, dominante y violento, se pueden llegar a extremos verdaderamente dramáticos, con la consiguiente responsabilidad que ello acarrea, tanto a nivel humano como espiritual.
Por eso, si amamos verdaderamente a una persona, debemos otorgarle nuestra plena confianza, así como la libertad a la que toda persona tiene derecho, pues somos espíritus individuales, y no tenemos ningún derecho a querer acaparar ni dominar a nadie.
Todos podemos y debemos fomentar la amistad y las buenas relaciones con nuestros semejantes, sin que ello implique tener que caer en suspicacias o sospechas infundadas, pues si bien tenemos unos deberes morales que cumplir, no por ello debemos sentirnos propietarios exclusivos de nadie, ya que ésto degenera las relaciones afectivas, hasta el punto de convertirlas en un auténtico sufrimiento, en una obsesión enfermiza que acaba rompiendo esos mismos lazos afectivos.
En un segundo grupo están los celos en las relaciones sociales, aquellos que nos afectan por ejemplo a nivel profesional, cuando alguien prospera más que nosotros, o cuando se valora más el trabajo de otro que el nuestro, o cuando demuestran más aprecio por otras personas que por nosotros, etc.
Estos celos van muy ligados con la envidia, y no son otra cosa que la manifestación del amor propio herido, el orgullo o la vanidad, por este motivo, debemos alegrarnos siempre que alguien prospere, se le quiera o se le valore, esto nos debe servir de revulsivo y de marcarnos unos objetivos a alcanzar, pero nunca para caer en los celos porque entonces nos podemos hundir, moral, humana y espiritualmente, dado que las consecuencias que conlleva esta actitud negativa son muy graves, tanto para nuestro equilibrio mental y emocional como para nuestro progreso evolutivo.
Erradiquemos pues
este defecto moral tan pernicioso y que tanto nos hace sufrir interiormente.
Si deseamos ser felices de verdad, debemos sentir afecto sincero por los
demás, pero totalmente desinteresado, libre de toda atadura egoísta
y material.