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Se podría definir como un deseo egoísta e incontrolado de tener o ser como otras personas tienen o son. También se define como tristeza por el bien ajeno, pero ésta se queda corta ya que en realidad no es sólo tristeza lo que se siente cuando caemos en la envidia, sino otros muchos sentimientos, todos ellos de naturaleza altamente negativa.
Por eso es muy importante que comprendamos que nunca, bajo ninguna circunstancia, debemos envidiar a nadie, pues el desequilibrio interno que ocasiona es inmenso, dando paso a malquerencias, odios, etc.
La envidia tiene su origen en el egoísmo y el amor propio, en querer ser y estar por encima de los demás, y esto abarca tanto el aspecto material como el espiritual o de cualidades personales.
Cuando conocemos las leyes espirituales, sabemos que nada ocurre por casualidad, que todo tiene un porqué y un para qué, por tanto, cuando estamos en una situación de inferioridad respecto a otras personas, no es fruto del azar, la suerte o por injusticias, es una prueba que necesitamos asimilar, y por supuesto superar.
Que otras personas tengan más bienes materiales, mejor trabajo o mejor posición social que nosotros, no ha de preocuparnos en exceso, nunca debe ser motivo para envidiarlas, debemos conformarnos con lo que tenemos, y dar siempre gracias a Dios por tenerlo, pues si miramos detrás de nosotros, veremos a millones de personas que no tienen ni lo más esencial para subsistir.
Y qué decir sobre las cualidades del prójimo, no son un regalo de Dios por capricho, son el fruto de un arduo trabajo en otras existencias. Son el resultado del esfuerzo personal, lo que han conquistado por méritos propios. No debemos por tanto envidiar a quien tiene cualidades de las que adolecemos nosotros, debemos sentir admiración y tomar buena nota para trabajar en esos objetivos a conseguir, pero nunca tratando de imitar lo que hacen los demás.
Debemos ser siempre nosotros mismos, no una mala caricatura de como son los demás, pues éste es un claro síntoma de envidia y no de admiración, ya que de esta manera se trata de aparentar ser como quienes tratamos de imitar, dando entonces una imagen muy negativa de nosotros mismos, cuando no cayendo en el ridículo, al tratar de mostrar aquello que no se tiene.
La envidia también nos hace estar siempre pendientes de los demás, de lo que hacen o dejan de hacer, es una auténtica obsesión que perjudica muchísimo, tanto a quien la padece como a quienes se les tiene envidia, pues ésta genera una serie de vibraciones negativas que atraen a las entidades del astral inferior, dirigiéndolas luego hacia aquellas personas que son envidiadas.
Buen ejemplo de ello es lo que se conoce como “el mal de ojo”, que no es otra cosa que la capacidad que tienen ciertas personas con una envidia exagerada de provocar que otras personas enfermen, dirigiéndoles esos sentimientos negativos, a veces con una simple mirada, y sobre todo a los niños por tener menos defensas, pueden causarles mayor perjuicio.
Es por ello que debemos tener sumo cuidado con la envidia, tratando de erradicar este defecto moral tan pernicioso. En lugar de centrarnos en los demás de forma egoísta, es mejor dirigir esas energías y tiempo tan precioso hacia la consecución de metas positivas, tratando de ser mejores cada día, de pensar de forma altruista, vigilando nuestros defectos y controlándolos para que no puedan molestar o perjudicar a los demás, etc.
No debemos tampoco hacer comparaciones, cada uno es como es y está en la situación que está por algo que no es casual, no caigamos en este mal hábito de compararnos con los demás, pues de ahí a las envidias hay un simple paso, cuando no son ya una consecuencia de ellas. Saquemos nuestra propia personalidad y abandonemos complejos inútiles que nos hacen sentirnos inferiores a los demás, que nos atormentan y que nos hacen caer en la envidia.
Todos tenemos un gran potencial en nuestro interior, sólo se trata de ir sacándolo poco a poco, con trabajo y esfuerzo, no para ser como los demás, sino simplemente para ser nosotros mismos, pues Dios nos ha creado a todos a su imagen y semejanza, es decir, con las mismas cualidades internas; desarrollarlas es por tanto el trabajo que debemos realizar. No somos pues ni superiores ni inferiores a nadie, ante Dios todos somos iguales, la única diferencia que hay es el mayor o menor adelanto evolutivo, pero nada más, todo lo demás es fruto de nuestra imaginación y no de la auténtica realidad.
Sintamos por tanto alegría y satisfacción por todo aquello bueno que tienen o les ocurre a los demás, esto es prueba de amor y generosidad, de nobleza y de altura moral, y si además les mostramos con sinceridad y con hechos esta alegría compartida, significará que la envidia está superada totalmente, que pueden contar con nosotros, y en definitiva que estamos en el buen camino.