El amor propio puede decirse que es el colmo del egoísta y del orgulloso, siendo un defecto que nos hace ver en nosotros cualidades y méritos que no tenemos, que son sencillamente ficticios e impide que podamos apreciar los valores y las buenas acciones de aquellos que están más cerca de nosotros, porque para el que peca de amor propio es muy duro reconocer que haya quien esté por encima de su nivel. La persona que carece de humildad y de modestia, generalmente vive pendiente de sí misma, hace lo contrario de lo que desde hace milenios se nos ha enseñado que no es otra cosa que cumplir con nuestro deber sin endiosarnos, sin importarnos lo que hagan o digan los demás, trabajando por nuestro progreso como hormigas antes de que llegue el tiempo en que se hayan pasado las oportunidades y ya no dispongamos de tiempo ni de ocasión. El que trabaja por su mejoramiento llevado por esa inquietud de progreso y por el cumplimiento de su responsabilidad, poco a poco va forjándose una personalidad fuerte, va añadiendo a su carácter valores morales y sin darse cuenta adquiere un grado de perfección importante.
Mientras que la otra postura consume sus energías y su tiempo en dar a entender que posee rasgos mejores que los demás, se considera más importante, mejor preparado, etc., etc., pero no se basa en el ejemplo sino en un concepto o idea mental suya, vive en un mundo irreal y el sólo se cree sus ilusiones.
Es el amor propio un defecto muy peligroso que lamentablemente conduce a la persona a aislarse poco a poco de los demás, ya que tan ocupado de su propia persona se vuelve muy susceptible, exigente en el trato que ha de dársele, cree que son los demás quienes deben ir a él a rendirle pleitesía, considera que es un lujo tenerle a él por amigo o compañero en cualquier faceta de la vida y eso a la larga cansa y aquellos que están cerca de él terminan por dejarlo por imposible comprendiendo que es inútil perder el tiempo con una persona así, que en general está muy poco dispuesta a ofrecer, pero encantada de que los demás estén pendiente de él.
Por otro lado, esa misma condición de estimarse siempre por encima de sus posibilidades conlleva el despreciar a los que considera por debajo de él, los cuales difícilmente pueden tener alguna vez razón, y no tienen otro objeto en la vida que soportar todas sus ocurrencias y ser utilizados cuando a él le interesa. En muchas ocasiones la persona con una alta estima de sí misma puede llegar a ridiculizar, ofender, dañar de cualquier modo a los que están a su alrededor y sentirse henchido de orgullo por ello, porque para él no cuentan los sentimientos de sus semejantes, sólo los suyos propios a los cuales les concede toda la importancia del mundo.
Como vemos este es un defecto que acarrea
muchos perjuicios para la persona, que vive confundida y que va cubriendo
su alma de continuas faltas hacia los demás, de respeto y de consideración
sobre todo, no dejando un lugar en su corazón para la caridad y
la delicadeza hacia sus semejantes, lo cual la sumerge en una espiral de
deudas contra el verdadero amor, aquel debe darse a manos llenas hacia
los demás y que nunca está pendiente de sí mismo sino
es por su progreso y evolución espiritual.