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Resulta muy positivo ese deseo de automejoramiento pero no hemos de quedarnos solamente ahí, hemos de pasar a la acción, trasladando a la práctica aquello que a nivel de pensamiento hemos considerado como positivo o susceptible de mejorar.
Echemos la vista atrás, seguramente, al igual que el pasado año, nos habremos propuesto muchos proyectos y objetivos para trabajar en éste; con toda seguridad movidos por el espíritu de la navidad y de la solidaridad propios de estas fechas, en nuestras miras se encuentren quizás algunas actuaciones de auxilio fraternal hacia personas necesitadas, colaborar en proyectos de ayuda al tercer mundo o participar en actividades que a diversos niveles muchas organizaciones intentan desarrollar para paliar multitud de necesidades existenciales.
Todo esto es muy loable, pero esos proyectos no pueden caer un año más en el olvido, hemos de alimentar esa ilusión con actuaciones reales, cada cual a su nivel, pero sin dejar de colaborar ni participar de ese ideal de ayuda y solidaridad verdaderos estandartes del milenio que se acerca.
"Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena", manifiesta un dicho popular y lamentablemente es cierto, solamente cuando a nuestro alrededor (de un modo muy cercano) nos acontecen situaciones de necesidad, o surge el dolor y la dificultad, es el momento en el que nos damos cuenta de la gran cantidad de situaciones de ese tipo que vive nuestro mundo. Los medios de comunicación hacen su papel y junto a muchas organizaciones humanitarias logran despertar nuestro corazón y que nos sensibilicemos ante tanta necesidad como existe hoy día.
La sociedad consumista nos impone un ritmo y una valoración de situaciones y actitudes que a poco que nos descuidemos nos contagia y hace que invirtamos nuestros objetivos, vendiéndonos necesidades que en realidad no lo son tanto. Si somos sinceros, veremos que la causa de ese vacío interior y la falta de motivación e ilusión que muchas veces sentimos, se deben a que nuestra conciencia no está tranquila, nos avisa que no estamos actuando correctamente, que la solidaridad es nuestra asignatura pendiente, nos plantea preguntas semejantes a: ¿qué hago yo para solucionar esta o aquella necesidad?, ¿hasta cuándo voy a dejar de echar la culpa a los demás o incluso a Dios de esas situaciones y voy a ver en qué puedo ayudar y colaborar?
Mucho se ha escrito sobre este particular para que con estas palabras en voz alta seamos capaces de reconsiderar nuestra actitud y cambiar de una vez por todas; pero no por ello hemos de eludir la realidad pensando que como la sociedad en su conjunto es egoísta e insensible nosotros hemos de continuar siéndolo. Hace más el que quiere que el que puede, no es necesario disponer de grandes medios económicos para ser capaces de dar ese paso de renuncia y sacrificio por los demás, basta que abramos los ojos a las necesidades de nuestro más inmediato alrededor.
Hemos de ir por
la vida con otra actitud y no sólo con las miras de satisfacer nuestros
gustos y deseos egocéntricos. Considerémonos iguales a los
demás, ni mejores ni peores, y pongámonos en su lugar para
actuar con ellos conforme desearíamos que lo hicieran con nosotros,
tal y como el maestro de maestros, Jesús de Nazaret, nos transmitió
con su ejemplo y enseñanzas.