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A pesar de que todo esto debería facilitar mejores condiciones de vida y una mayor felicidad en los seres humanos, estamos comprobando que no ocurre precisamente así.
Por un lado, las diferencias entre la riqueza y la pobreza son cada vez más ostensibles. El mundo subdesarrollado cada vez tiene mayores dificultades para salir de su pobreza pues el egoísmo que conlleva muchas veces la riqueza impide a los países ricos ayudar de manera más solidaria a los pobres.
Pero a pesar de todo, el ser humano, en su inmensa capacidad de adaptación a las dificultades, va superando etapas, va consiguiendo metas y el infortunio no afecta a todos por igual; aunque las condiciones de penuria sean las mismas para muchas personas, la actitud con que se enfrentan estas situaciones hace que la persona supere esas dificultades o por el contrario éstas acaben con la esperanza de los que las sufren.
Es triste que el mundo que nos ha tocado vivir no sea más perfecto, pero tenemos que aceptar esta realidad no con resignación sino bajo el planteamiento de realizar un esfuerzo por intentar colaborar para conseguir un mundo mejor, más solidario, más altruista, más fraterno. Donde todos los seres humanos tengan la dignidad necesaria para poner su voluntad al servicio de una sociedad mejor.
Este esfuerzo individual es compartido por muchas personas que, deseando ayudar, muchas veces no encuentran el modo adecuado de hacerlo. Ante esto es preciso destacar que hoy día existen multitud de formas de colaborar con la miseria y la pobreza. O.N.Gs de todo tipo y condición están ofreciendo sus servicios altruistas a los pueblos más necesitados. Organizaciones de apadrinamiento y ayuda hacia los niños son el claro exponente de una sensibilidad mayor con este tema.
Existen multitud de formas de colaborar y ayudar, no sólo de manera puntual cuando una desgracia acude a los medios de comunicación y sensibiliza nuestras conciencias durante unos días, sino de forma permanente y constante, adquiriendo un compromiso con una causa justa y de fraternidad entre los hombres. Cualquier esfuerzo en este sentido habrá valido la pena pues, aunque en algunas ocasiones el recelo pueda acudir a nuestra mente, no debemos olvidar que tenemos la obligación moral de ayudar y practicar la caridad.
Así pues, desde estas páginas invitamos a la reflexión a todos aquellos que nos lean para que, si es su deseo, intenten colaborar en el mejoramiento de una sociedad donde a veces un pequeño aporte individual es la fuerza que se necesita para demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que podemos ayudar en la construcción de un mundo mejor.