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En ciertas ocasiones solemos creer que no necesitamos determinadas pruebas e incluso creemos que algunas de ellas son para los demás y no para nosotros, en esos momentos aparece con mucha facilidad la rebeldía, la incomprensión, la creencia en que los demás se han comportado con nosotros de forma incorrecta o injusta... todo menos reaccionar con cierta humildad y ver en qué hemos podido fallar nosotros o qué podemos aprender de esa determinada prueba o dificultad que estamos atravesando.
Es precisamente en la relación con nuestros semejantes donde se suscitan mayor cantidad de pruebas en este sentido. A todos nos surgen dificultades de entendimiento en el trabajo, sea con nuestros jefes o incluso con los mismos compañeros... y siempre nos es más fácil y cómodo achacarles a ellos las posibles causas de un malentendido, discusión, roce, conflicto, etc., todo menos pensar que nosotros también podemos tener algo que ver en esa situación que ha encrespado los ánimos y es causa de desarmonía y mal ambiente.
Precisamente aspectos de igual naturaleza surgen entre los miembros de nuestra familia o incluso con nuestras amistades y, a menudo, creemos que son los demás los que deben aprender a controlarse, a condescender, a tolerar, a perdonar, a dialogar... todo menos replantearnos en qué podemos haber fallado nosotros o influido para que esas situaciones de disensión y enfrentamiento hayan surgido.
En la comunicación, en el diálogo y sobre todo en la confianza encontraremos los remedios para aprender a solucionar muchos problemas y malentendidos, principalmente porque comenzamos a valorar lo que los demás piensan, dicen y sienten sobre multitud de situaciones. Si además ofrecemos nuestros planteamientos sin ningún tipo de exigencia, imposición y ante todo pensando que podemos equivocarnos y que estamos aquí para corregir ciertos hábitos y actitudes erróneas, llegaremos a abrir nuestra mente ante el cambio, a la posibilidad de aprender de los demás.
Para que una relación de amistad y buen trato sea una realidad ambas partes deben poner lo mejor de sí mismas, nadie puede quedarse atrás, estar a la expectativa, pretendiendo que sea el otro el que dé el paso y si nos conviene dar el siguiente. Este es un error muy común en las personas egoístas, aquellas que lo quieren todo para sí y que cuando tienen la posibilidad de ofrecer algo de ellas se excusan o dejan pasar el tiempo sin hacer nada.
Los recelos son también un freno para que la auténtica confianza y amistad surjan en la relación entre diversas personas (amigos, familiares, etc.), pues siempre nos hacen tener una actitud negativa, creyendo que nos están engañando o incluso que se están aprovechando de nuestra amistad, a menudo son infundados y son fruto de nuestra inmadurez, de nuestra propia prevención para ofrecer a los demás los mejores sentimientos... A los amigos se les conoce en el camino y aunque tengamos ciertos desengaños, también descubriremos a los auténticos compañeros que no se abandonan ante la primera dificultad y se lo demuestran cuanto más difíciles son las circunstancias.