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Esa tarea de análisis crítico en la que valoramos si algo puede beneficiarnos o perjudicarnos pasa necesariamente por un conocimiento interior previo, en el que identifiquemos claramente qué tendencias y hábitos son mejorables y cuáles debemos adquirir. Supone además admitirnos tal y como somos, sin engañarse a uno mismo, pues sólo de esa forma seremos capaces de afrontar y luchar contra nuestras imperfecciones para mantenerlas dominadas y potenciar, por el contrario, nuestros valores morales.
El deseo central de nuestra vida, así como nuestra escala de valores, condicionan casi sin darnos cuenta muchas de nuestras actuaciones, pensamientos y sentimientos. De ahí nuestra responsabilidad en decidir qué es más importante conseguir en nuestra vida: si metas puramente materiales y egoístas o más bien realizaciones espirituales y altruistas en favor de los demás.
Hemos de encontrar un equilibrio entre lo que hacemos y decimos y lo que realmente pensamos y sentimos, no sería coherente pensar que es bueno ayudar a los demás y cuando surge la ocasión quedar indiferentes sin mover un sólo dedo. Uno de los grandes problemas que siempre ha tenido nuestra humanidad ha sido precisamente ese: la hipocresía, aparentar una cosa y sentir otra totalmente distinta.
No todas las personas tienen la misma facilidad para realizar lo que se proponen, las hay más voluntariosas y constantes mientras que otras son más volubles e indecisas, hoy piensan una cosa y mañana otra diametralmente distinta, aunque la verdad es que todos, si queremos conseguir algo, tenemos la suficiente fuerza de voluntad para obtenerlo.
Resulta muy positivo mantener una actitud abierta al cambio, siempre que ello signifique una evolución y no un estancamiento o abandono. Cuando seamos capaces de valorar las opiniones y experiencias de los demás, nos encontraremos en predisposición de renovarnos interiormente y estar más atentos a lo que nos ofrecen, así como ante las necesidades y ayuda que por nuestra parte podamos brindarles.
De cualquier persona podemos aprender mucho, es necesario antes considerarnos iguales a todos, ni mejores ni peores, además, será preciso ser respetuoso con sus criterios y creencias, buscando siempre puntos de encuentro y no de divergencia. Tratar bien a todas las personas debe ser una norma habitual en nuestra conducta, pero si además lo hacemos con cordialidad, educación, simpatía y consideración, observaremos que muchas personas se encontrarán bien, a gusto con nosotros y en ese clima el entendimiento y la amistad surgen de una forma natural y espontánea.
El ser humano se
encuentra en una sociedad excesivamente materializada, en la que sin darnos
cuenta cada cual va a lo suyo y no se preocupa por el que le rodea. No
podemos seguir así mucho más tiempo, tenemos que recuperar
esos valores y cualidades que nos permitan acercarnos unos a otros y edificar
una nueva sociedad más humana y solidaria.