SEP-99 Nº 206 |
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Hoy en día esa idea es pura teoría. Pese a que a niveles muy particulares sí que existan personas que en su interior vivan esos ideales y los lleven hasta las últimas consecuencias, parte de la humanidad tiene puestos todos sus objetivos en aspectos muy diferentes. Apenas se escuchan los llamados que desde diversas organizaciones, a distintos niveles, están realizando para que volvamos nuestra mirada hacia esa gran parte de nuestra humanidad que apenas tiene los mínimos recursos para sobrevivir.
Aquellos que mantenemos unas ideas espirituales y que creemos firmemente en la Justicia Divina y en la inmortalidad del alma, no podemos quedarnos impasibles ante el desequilibrio existente. Es cierto que somos muy pocos para poder resolver todos los problemas que aquejan a esta humanidad, pero no lo es menos que la solución se encuentra en todos y cada uno de los componentes de la misma. No podemos esperar a que los demás nos resuelvan los problemas, estaríamos “empezando la casa por el tejado.” Cada uno individualmente debe coger su parte de responsabilidad en el asunto y hacer de los problemas que nos aquejan algo suyo y participar en su solución en la medida de sus posibilidades.
Las diferentes filosofías y doctrinas espirituales constituyen un compendio de maneras y conocimientos que sirven para ayudarnos a comprender el por qué y el para qué estamos en este mundo, pero carecen de gran parte de su valor si no somos lo suficientemente valientes de llevarlas a la práctica. El día de mañana, cuando desencarnemos no debemos presentarnos ante el Padre para que nos juzgue los conocimientos adquiridos, todo lo contrario, serán nuestras actuaciones y sobre todo, el sentimiento que hayamos puesto a la hora de realizarlas, las que nos harán valedores de un mayor o menor nivel espiritual.
Constituye, aunque lo miremos simplemente desde una óptica egoísta y particular, una necesidad imperiosa que empecemos a actuar y a trabajar en la ayuda a los más necesitados.
Paradójicamente cada vez que encendemos el televisor o la radio podemos comprobar más y más violentos accidentes. A los motivados por los adelantos tecnológicos se suman ahora, con mayor virulencia los debidos a causas naturales: terremotos, inundaciones, huracanes, etc., y sin embargo, cada vez la sociedad de consumo nos impulsa a necesitar más para poder sentirnos realizados en la vida. Es una carrera sin fin en la cual los grandes perjudicados somos nosotros mismos.
Esforcémonos
porque los conocimientos que poseemos calen en nuestro interior y toquen
nuestra conciencia de manera que nuestra vida alcance alicientes y objetivos
espirituales, que vuelva la mirada a tantas y tantas personas necesitadas
que se encuentran a nuestro alrededor y que pocas veces somos capaces de
reparar en ellas.