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La dinámica en que se ve pues envuelta nuestra vida no nos deja levantar la mirada y observar que solamente un pequeño porcentaje de la población se encuentra en estas circunstancias. La gran masa de la humanidad cuando se levanta, ni siquiera tiene asegurada los mínimos recursos básicos para la propia subsistencia. Una gran parte del planeta apenas tiene acceso a los recursos mínimos para vivir. Sin embargo, nosotros, poseedores de todo apenas tenemos tiempo de advertir esa tremenda necesidad.
Para todos aquellos que nos denominamos espiritualistas, que profesamos unas creencias espirituales basadas en el amor al prójimo y la ayuda desinteresada, en la superación de nuestras imperfecciones y en el abandono de los bienes materiales en pos de otros más transcendentes, es deber imprescindible luchar con todas nuestras fuerzas contra esa lacra social que marca a la humanidad en estos momentos.
Se hace necesario un cambio de actitud por parte de todos nosotros y de valorar hasta qué punto estamos llevando a cabo los postulados y creencias que decimos que tenemos. No vale con tener un conocimiento y demostrarlo por donde vamos, todo lo contrario, lo que verdaderamente nos hará estar en concordancia con nuestras ideas serán los actos, con nuestra renuncia a nuestras comodidades y con nuestra entrega a los demás.
Recordemos el ejemplo que esos grandes seres que han pasado por la tierra nos han dejado. A pesar de que sus palabras estaban cargadas de conocimiento y de enseñanzas, lo que verdaderamente ha perdurado en las mentes de las personas a lo largo del tiempo han sido sus actuaciones, el amor con que se dirigían a los demás y la humildad de sus vidas.
Existe un gran trabajo por realizar, y éste no es otro que despertar las conciencias de las personas a la realidad espiritual. Pero el hombre actual, pragmático y materializado es, generalmente incapaz de valorar el mensaje de unas palabras, necesita, como en otros tiempos, del ejemplo que den aquellos que las pronuncien. Que sus actos sean un reflejo palpable de renuncia y entrega, para que cale en el interior de esos corazones duros y exista la posibilidad de redención en su espíritu.
Demostrémonos a nosotros mismos hasta qué punto estamos comprometidos con estas ideas. Hasta dónde hemos sido capaces de asimilarlas interiormente. Sólo cuando seamos capaces de pasar a los hechos estaremos abriendo nuestros corazones al resto de la humanidad y podremos verdaderamente valorar el sentimiento del amor fraterno y de la solidaridad.
Recordemos los tiempos que estamos viviendo, tiempos de un final de ciclo y de inicio de una nueva humanidad, en la cual el sentido de la vida será muy diferente del que tenemos en estos momentos. El amor imprimirá cada acto de las vidas de sus habitantes y eso sólo lo podrán conseguir aquellos que, en los momentos difíciles como los actuales, en los que es más fácil dejarse llevar por las actuaciones de la mayoría, sabe enfrentarse a ella y orientar su vida por los derroteros de la espiritualidad.