Esta actitud, puede convertirse en algo cotidiano si nos empeñamos en practicarla, y si nuestra intención es positiva, noble y altruista, el beneficiado no es sólo el prójimo del que nos preocupamos sino nuestro propio espíritu, que va recogiendo de esta forma un mayor grado de progreso espiritual, una mayor felicidad interior que no puede explicarse con palabras, es preciso sentirla y experimentarla.
Cuando nos volvemos egocéntricos y solamente pensamos en nosotros, nuestra cortedad de miras nos impide ver las necesidades que surgen a nuestro alrededor. Si persistimos en esta actitud, la soledad se va apoderando de nuestro entorno, y las personas que nos rodean, se dan cuenta de que no les prestamos ningún valor, por lo que, a pesar de estar rodeados de personas, nuestra soledad es cada vez más ostensible, más absoluta. Esto propicia el hecho de que muchas personas conviven juntas y no se conocen, no se entienden, solamente se aguantan por distintos tipos de intereses.
El pensar en los demás antes que en nosotros nos hace adquirir la empatía necesaria que nos ayuda a comprender mejor a nuestros semejantes, nos permite alcanzar un mayor grado de esfuerzo y sacrificio que fortalece nuestro espíritu de forma extraordinaria, preparándonos a conciencia para poder afrontar cualquier tipo de dificultad que se nos presente.
Es un ejercicio no sólo espiritual sino también beneficioso en el aspecto psicológico y material. Nos permite conocer la realidad humana en profundidad al vivir junto a otros sus problemas y dificultades. Esto nos da una mayor comprensión del ser humano, de sus miserias y grandezas, de las grandes posibilidades que tiene el hombre para alcanzar aquello que se proponga.
Por último, el pensar en los demás y llevar a la práctica la ayuda desinteresada que el prójimo necesita sensibiliza nuestra alma y fortalece nuestra conciencia, prepara nuestras mentes para los difíciles tiempos que estamos viviendo y nos capacita para alcanzar mayores cotas de progreso espiritual y de desarrollo de las virtudes que cada uno lleva en su interior.
Los hábitos positivos que nos acercan al prójimo actúan de forma inversamente proporcional en nuestra conducta, eliminando aquellas actitudes negativas arraigadas que provienen de nuestro pasado y que han condicionado de forma perniciosa nuestro adelanto evolutivo. El bien acaba de forma radical con el mal, tanto en nuestros aspectos internos como externos.
Por ello, cuando nuestra voluntad se pone al servicio del prójimo se liberan fuerzas internas que son capaces de sorprendernos hasta nosotros mismos, y además por ley de vibración y afinidad, contactamos de forma automática con fuerzas externas del espacio, seres de luz y amor que nos ayudarán de manera extraordinaria a conseguir nuestros objetivos.