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Pero no es menos cierto que, unidas a estas virtudes principales, existen actitudes de la persona que van acompañando a las primeras y que tienen igualmente gran importancia. Por norma general, un espíritu virtuoso suele poseer parte de estas actitudes, pero siempre es preciso explicarlas y mencionarlas porque son aspectos del comportamiento humano que generan valor por sí mismos y que dotan a la persona de una aureola de bien y de saber estar que es enormemente beneficiosa como ejemplo para los demás.
Nos estamos refiriendo a aptitudes como la delicadeza, la discreción, la prudencia, la sensibilidad, la empatía, etc.; aptitudes que si logramos incorporarlas a nuestro cotidiano vivir como hábitos de comportamiento y actuación de cara a los demás, iremos ganando importantes logros en nuestro progreso espiritual.
Todas estas aptitudes no se adquieren por ciencia infusa sino que es preciso desarrollarlas a través de la práctica diaria, en nuestra relación con los demás. Nuestro prójimo es el que nos permite ejercerlas con criterio, con sentido común y con nobleza, dando por sentado que nuestros objetivos son eminentemente espirituales y altruistas.
La delicadeza para con los demás forma parte de esa forma de actuar en la que nuestras relaciones con el prójimo se basan en la tolerancia, la no imposición de nuestras ideas y el respeto más absoluto a las posturas de nuestros semejantes aunque consideremos que se encuentran equivocados. También la delicadeza es importante a la hora de aconsejar, corregir o indicar cualquier deficiencia ajena; la persona delicada escogerá el mejor momento y la forma en que menos pueda herir la sensibilidad del prójimo, buscando con ello la posibilidad de que el consejo pueda ser recibido sin rebeldía, como una ayuda que posibilite el cambio para mejorar.
Así pues, la delicadeza no presupone falta de carácter sino todo lo contrario, control de uno mismo y saber situarse en el lugar de los demás (empatía) para comprender cómo puede sentirse nuestro prójimo ante nuestra ayuda sincera y desinteresada.
La discreción es también muy importante a la hora de realizar cualquier actividad; pues si aprendemos a ser discretos, nunca cometeremos errores derivados de nuestra incontinencia verbal, evitando así herir sensibilidades ajenas que nos granjearán enemistades en vez de apoyos. La discreción no es una cualidad en sí, pero aquellos espíritus de elevada condición que poseen facultades espirituales han de ser muy discretos y por ello valoran enormemente esta actitud.
La prudencia va unida indefectiblemente a la discreción; y cuando entramos en el campo de las facultades psíquicas es importantísimo poseer la prudencia necesaria que nos evite perjuicios graves que se derivan de un desarrollo imprudente de cualquier facultad paranormal.
La sensibilidad va unida al desarrollo espiritual del ser humano; a mayor evolución, el espíritu posee una mayor sensibilidad para captar determinados aspectos que a otras personas les pasan totalmente desapercibidos. Pero no solamente hablamos de sensibilidad psíquica sino también de aquella otra sensibilidad que nos permite tratar con delicadeza las actitudes cotidianas de conflicto en nuestra relación con los demás; este aspecto se adquiere con el paso del tiempo, con el adelanto evolutivo y con la comprensión de nuestra última explicación, la que corresponde a la empatía.
Cuando somos capaces de ponernos en el lugar de los demás, aunque nunca podamos llegar a hacerlo de forma totalmente objetiva, estamos empezando a comprender mejor a nuestro prójimo, y una mejor y mayor comprensión del semejante nos da la información necesaria para conocerle mejor y saber de qué manera podemos ayudar para que nuestra ayuda sea más efectiva. La empatía es pues importantísima cualidad que nos permite entender posturas y hechos que aparentemente nos puedan parecer equivocados desde nuestro punto de vista pero, al situarnos en el lugar de los demás, entenderemos las razones de su comportamiento y sabremos enjuiciarlas con un mayor sentido común, sin caer en injusticias ni actos desproporcionados.
Todas estas aptitudes mencionadas son cualidades de los espíritus adelantados y por ello nuestra voluntad debe esforzarse en adquirirlas; algunas de ellas irán acompañando nuestra propia evolución, pero otras es necesario trabajar por alcanzarlas, solo así complementaremos una buena preparación para poder ayudar a nuestro prójimo con amor, altruismo y sin herir susceptibilidades.