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Podemos aprender mucho unos de otros, tan sólo hace falta un requisito: reconocer el valor de los demás, de sus experiencias y consejos. Si nos hubiéramos dejado guiar y aconsejar por los grandes mentores espirituales que han pasado por nuestra humanidad a lo largo de las diferentes épocas, hoy ya no existirían guerras, violencia ni tampoco hambre ni necesidades a nuestro alrededor, habríamos aprendido a convivir todos como una gran familia universal, compartiendo los bienes terrestres y haciéndonos entre todos la vida mucho más agradable y positiva.
Aspectos como la paz, la solidaridad, el respeto a las diferencias sociales, culturales, raciales, religiosas... sería una completa realidad si hubiéramos trabajado en nuestro interior, dominando al egoísmo y otras tendencias negativas. Lamentablemente hemos dedicado una gran parte de nuestro tiempo al progreso material, tecnológico y científico (o intelectual), olvidándonos del verdadero progreso: el moral, aquel que nos hubiera dotado de una mejor comprensión del porqué y para qué estamos aquí y que, sin duda alguna, nos hubiera permitido convivir con los demás seres humanos en total armonía y paz.
Resulta muy conveniente que incentivemos en nuestro interior la necesidad de preocuparnos por los demás, de interesarnos por ellos, dejando a un lado nuestros propios problemas, comodidades y gustos personales. El primer paso es aplicarlo en nuestro propio círculo familiar y amistades, pues en ocasiones nos olvidamos de los que están a nuestro lado y de lo mucho que podemos ayudarles, creando un buen clima de comprensión, tolerancia y amor.
Es en el seno de la familia donde se adquieren muchas cualidades que podemos después aplicar y contagiar a otras personas, es preciso tomarse el debido interés y evitar aislarse o encerrarse en uno mismo, desentendiéndose de lo que ocurre a nuestro alrededor, pues éste es un error muy común que nos distancia de los demás y puede acabar en conflictos, discusiones, enfriamiento de las relaciones e incluso rupturas.
Llegar a ponerse de acuerdo sobre algunas cuestiones puede convertirse también en una fuente interminable de contrariedades, si se llegan a los extremos de intransigencia tales como imponer nuestras ideas, obligar a los demás a actuar como queremos... sin embargo si se mantiene un diálogo constructivo (sin exigencias) y con total respeto por las decisiones y pensamientos de los demás, pueden tomarse muchos acuerdos en común y dar solución a infinidad de problemas, que de otra forma hubieran podido resultar mucho más graves.
La
visión subjetiva de muchos asuntos ocasiona en la persona una idea
deformada de la realidad, solamente al comentar esas cuestiones con otras
personas es como se llega a una observación mucho más exacta
de la realidad y de la mejor forma de enfocar una dificultad o aclarar
un malentendido. Es preciso que ejercitemos esta práctica continuamente
con naturalidad, sabiendo que necesitamos de la aportación de los
demás y que éstos a su vez también nos necesitan.
Veremos como todo es mucho más fácil y llevadero.