ENE-00 Nº 210 |
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Contar con unos sólidos principios de conducta, éticos y morales, sean estos de contenido espiritual o no, puede significar para muchos un apoyo importante ante las dificultades dolorosas que en ocasiones se nos presentan o ante las situaciones que ponen a prueba nuestra integridad moral y los aspectos que ella conlleva: honradez, honestidad y veracidad, entre otras. A menudo solemos escuchar casos de corrupción de diversa índole en personas que aparentemente daban la impresión de ser de otra forma y el tiempo y las circunstancias se han encargado de mostrarlas tal y como son. Nadie está exento de caer en esas situaciones, las tentaciones pueden ser muy fuertes y es preciso tener una gran convicción personal y un enorme sentido moral para no caer en esa trampa que nos plantean nuestras propias imperfecciones internas.
Son diversas las cuestiones ante las cuales podemos sucumbir: el dinero, el poder, los diversos placeres materiales, etc.; cada persona puede tener una debilidad que le afecte más que otras, por eso es conveniente conocerla y saber controlarla para que ésta no sea la que nos domine y nos lleve a tomar determinaciones o cometer actos de los que más tarde tengamos que arrepentirnos.
En cambio, si carecemos de un ideal moral o espiritual que nos guíe entre tantas "pruebas y tentaciones", lo más fácil será dejarse llevar por nuestros deseos y tendencias egoístas, sin tan siquiera fijarnos si con nuestra actitud podemos perjudicar a alguien.
No somos perfectos, pero ello no quiere decir que tengamos que excusar cualquier comportamiento o actitud personal que se halle en desacuerdo con nuestros propios principios. En este sentido la conciencia juega un papel fundamental, como fiel consejera que nos indicará el mejor camino a seguir, censurándonos aquello que no sea del todo correcto y animándonos cuando actuamos bien.
Podríamos confundir nuestra conciencia humana o material con la espiritual o superior, la primera nos hará fijarnos únicamente en nuestros gustos o deseos materiales mientras que la otra es donde reside nuestro acerbo de experiencias y donde surge la intuición clara del bien o del mal. El verdadero valor será reconocer a una de la otra y actuar en consecuencia, aunque ello nos suponga renunciar a muchas cosas que nos gustan en beneficio del bien que podamos realizar, la prueba que tengamos que superar o el dolor que podamos mitigar.
Una vez más lo importante es actuar conforme nos indica nuestra conciencia, se trata de un juez insobornable, al que no podemos desoír pues de otra forma aunque intentemos acallarle, tarde o temprano resurgirá con más fuerza, recriminándonos aquello que no hemos hecho bien, no importa tanto si alguien lo sabe como si no, basta con saberlo nosotros y asumir el proceso, se comienza con el arrepentimiento para pasar seguidamente a la rectificación.
Ser personas íntegras supone comportarse tal como somos y como creemos que debemos actuar, aunque ello parezca que no tenga demasiado valor ante los ojos de otras personas que carecen de escrúpulos y únicamente se preocupan por sus intereses económicos y poco o nada por los sentimientos de las personas que les rodean. Significa, asimismo, ser veraz, no albergar intenciones ocultas, no tener doblez ni hipocresía y buscar en las relaciones con los demás un sano intento de conocerse y compartir y no de aprovecharse para alcanzar prestigio, poder, reconocimiento u otro tipo de beneficios de orden material. En ocasiones, por razones de amistad nos podemos ver comprometidos a actuar de una forma poco usual con la que quizás no estemos muy de acuerdo, hasta incluso podría ser una actuación no del todo correcta, en este sentido es preciso recurrir a la conciencia para valorar hasta qué punto debemos proceder así o sería preciso modificar nuestro comportamiento para no actuar en contra de las leyes espirituales.
Hemos de evitar ser manipulados o influenciados de tal forma que nuestra actitud y comportamiento no sea del todo propio sino una prolongación de otras personas, de otro modo perderemos la oportunidad de desarrollar nuestros propios valores y a la vez podemos perjudicar inconscientemente a otros, lo que una vez descubierto nos supondrá un doble malestar interno: el propio error cometido y haber sido engañados.
Sentirse totalmente libres para tomar decisiones supone no encontrarse atado a ningún aspecto que nos domine ni nos influencie hasta el punto de doblegar o condicionar nuestra voluntad tomando decisiones inadecuadas o no totalmente de acuerdo con lo que en realidad nos conviene en el ámbito interno o personal. Todo ello pasa por hacernos más conscientes de cualquier aspecto o detalle de nuestra existencia, para que cualquier costumbre o hábito a los que a menudo no le damos importancia y actuamos sin pensar lo sometamos a un pequeño análisis o estudio intentando ver si es positivo o debemos modificarlo.
Posiblemente encontrarse satisfecho de los propios pensamientos, sentimientos y actuaciones no sea muy habitual, al contrario, es más bien difícil pues ello significaría encontrarse en un nivel espiritual de cierta relevancia. Nuestra tarea por tanto es revisar día a día, constantemente, ese fiel que constituye nuestra conciencia para comprobar si nos estamos acercando a ese ideal de bien y amor al prójimo que nos han enseñando nuestros maestros espirituales en todas las épocas.
A veces podemos observar a nuestro alrededor a personas cuyo ejemplo nos debe ayudar a seguir en el camino, pues aunque su espiritualidad aún quede lejos de la de esos otros maestros referidos, son ejemplos vivos en los que podemos fijarnos y hasta cierto punto son algo más cercano que nos permite comprender que con esfuerzo y voluntad se pueden conseguir grandes logros.
Ser rectos en nuestra manera de pensar, sentir y sobre todo
obrar tiene mucho que ver con el conocimiento de las Leyes Espirituales,
supone además conocerse internamente, reconociendo nuestras propias
limitaciones y lo mucho que nos queda por aprender, pero quizás
lo más importante es que esa rectitud intentamos aplicarla a nuestro
propio interior, tolerando y respetando a la vez otras formas de pensar
y proceder que quizás estén un poco distantes de la nuestra.
La flexibilidad para saber ceder en momentos delicados de nuestras relaciones
humanas o en situaciones que para los demás puedan ser importantes
mientras que para nosotros no lo sean tanto, constituye también
una parte importante de esa integridad sin dejar de ser fieles a los propios
principios.