AGO-99 Nº 205 |
|
|
|
Todos sabemos que hablar es muy fácil y en cualquier momento de nuestra vida realizamos promesas o nos establecemos metas que no siempre cumplimos o que con relativa facilidad relegamos al olvido. Innumerables ideas y filosofías espiritualistas nos invitan al cambio interior, a mejorar nuestro comportamiento con los demás, a tratar al semejante como queremos ser tratados... ideas que a una gran mayoría nos parecen muy acertadas y dignas de elogio y respeto, pero que lamentablemente a la hora de la verdad no siempre ponemos en práctica. ¿Dónde está el error? ¿En qué nos estamos equivocando?
Precisamente en la falta de nuestro propio trabajo, porque las palabras, los buenos pensamientos e intenciones se deben concretar en la práctica, en los pormenores de nuestra vida diaria, comenzando en nuestro propio círculo familiar, es más ha de empezar dentro de uno mismo. De otro modo todo lo que ideológicamente podamos defender carece de valor, sobre todo para aquellos que nos observan y ponen en duda la validez de nuestras inquietudes espirituales.
El ejemplo de grandes personajes de nuestra humanidad de la talla de Jesús de Nazaret, Buda, Gandhi, Teresa de Calcuta,... debe ayudarnos a valorar todavía más la necesidad de demostrar lo que se divulga de palabra... son los hechos los que hablan de las personas y de la validez o no de sus ideas. El ser humano del siglo XX está cansado de tanta palabrería, de ideologías que van apareciendo hoy en día y que aparentemente no valen para nada sino para crear falsas expectativas y manipular a muchos de sus seguidores hacia aspectos, que la mayor parte de las veces, ni siquiera tienen que ver con lo espiritual y no son más que montajes mercantiles que explotan la buena fe de muchos. Necesitamos hechos, demostraciones fehacientes que no nos dejen lugar a dudas... esa es la responsabilidad de todos aquellos que nos autodenominamos seguidores de una ideología espiritual, sea la que fuese, ofrecer un ejemplo lo más correcto posible que pueda ayudar a los que nos observen a reconsiderar sus actuales creencias o, por lo menos, a mejorar su actitud ante las vicisitudes y dificultades de la vida diaria.
Afortunadamente todos conocemos o hemos conocido a personas que han sido un verdadero ejemplo de buena conducta y altruismo allá donde se encontraran y que incluso reaccionaban positivamente en los momentos dolorosos o difíciles. ¿Qué nos causaba admiración y consideración de esas personas? ¿Sus bonitas explicaciones y palabras o más bien sus actuaciones y ejemplo continuo, o incluso ambas cosas a la vez?
Las palabras pronunciadas por alguien hipócrita o con dobles intenciones suenan vacías y huecas, no son capaces de contagiar ni alcanzar el corazón de los demás a pesar de que puedan ser muy bonitas o que puedan llegar a embargarnos con su pomposidad; sin embargo cuando una persona siente lo que dice, aunque tenga pocos recursos literarios, con facilidad conecta con los que le escuchan.
Aquellas personas que nos encontramos comprometidas con una ideología espiritual tenemos una asignatura pendiente: demostrar lo que decimos. Las premisas y preceptos que nos invitan a darnos a los demás, a ayudar al necesitado, a ser caritativos y altruistas, a perdonar a nuestros enemigos, a honrar a nuestros padres... debemos ser los primeros en vivirlos y por lo tanto en demostrarlo.
Nuestra responsabilidad es más grande que la de aquél que únicamente cree en lo material y vive para sí mismo, debemos ayudarle en la medida de nuestras posibilidades a través de nuestro ejemplo, demostrándole que la vida es algo más que aquello que vemos y percibimos con nuestros cinco sentidos físicos, que existen una serie de valores que hemos de respetar, que hay personas a nuestro alrededor que carecen de lo necesario para subsistir mientras nosotros quizás vivimos en la opulencia y ni siquiera damos lo que nos sobra, que debemos respetarnos y tratarnos como iguales sin diferencias de ningún tipo, que como padres tenemos la responsabilidad de orientar a nuestros hijos hacia esos mismos principios de fraternidad y altruismo que son tan necesarios... en fin podríamos enumerar infinidad de facetas ante las cuales todos podríamos realizar una gran labor si de verdad nos lo propusiéramos, si fuéramos capaces de relegar a un segundo término nuestros gustos egocéntricos y los transmutáramos hacia otros más acordes con los tiempos que vivimos.
La cuestión es que todos podemos si de verdad queremos. No es necesario que tengamos unas ideas transcendentes sobre la vida después de la vida u otras cuestiones espirituales, lo verdaderamente importante son aquellas obras de bien que se realicen por cualquier persona sea ésta creyente o no.
Las palabras influencian pero los ejemplos conmueven, es ahí donde debemos hacer especial hincapié y donde de verdad demostraremos si sentimos y vivimos las ideas espirituales o no, pues si somos capaces de llevarlas a la práctica en todo momento, los primeros beneficiados vamos a ser nosotros e inmediatamente aquellos que nos rodean.
En esa dinámica vamos a intentar plantear esta sección, sometiendo a nuestro análisis situaciones que nos ayuden a practicar con el ejemplo, desde cuestiones más transcendentales como: la ayuda desinteresada, colaboración con ONGs, voluntariado social, solidaridad... hasta otras situaciones más habituales y diarias: necesidad del perdón, tolerar y comprender a los que nos rodean, educación de los hijos, la ayuda a nuestros mayores, la mejora de nuestras relaciones familiares, nuestro comportamiento en el trabajo y el trato con los compañeros... Posiblemente, todos nos encontremos identificados con algunas facetas que necesitemos mejorar y corregir, por nuestro propio bien y para facilitar también que nuestras relaciones con los demás sean mucho más gratificantes y positivas.
El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida.