OCT-99 Nº 207 |
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Las personas, en muchas ocasiones, nos sentimos extrañas ante nuestros semejantes, quizás como consecuencia de ideas, opiniones o decisiones que se hayan podido tomar. En ese momento debemos ser muy prudentes y no actuar a la ligera, dejándonos llevar por la primera impresión o apariencia, tengamos en cuenta que a menudo nos equivocamos en nuestras apreciaciones sobre lo que piensan de nosotros los demás.
Llegar al extremo de creer adivinar los pensamientos y sentimientos que los otros tienen hacia nuestra persona es muy arriesgado, sobre todo si pensamos que estos son más o menos injustos o discriminatorios. Existe un dicho popular que dice "piensa mal y acertarás" y lamentablemente solemos aplicarlo en demasiadas ocasiones, hasta el punto de convertirnos en personas desconfiadas por naturaleza y recelosas de cualquier cosa que nos planteen los demás, sobre todo si hemos de implicarnos y ofrecerles algo de nosotros.
Cuando creemos que alguien nos coarta o manipula la libertad de pensamiento y actuación, rápidamente nos ponemos en guardia y llegamos a sentir cierto rechazo o desconfianza, cerrándoles rápidamente la puerta de nuestro corazón. En ese momento se dispara en nosotros un resorte que debemos controlar para que no se desborde ni nos ponga a unos en contra de otros. No siempre es positivo dejarse llevar por nuestra primera reacción, es preferible ser cauteloso y considerar que lo más probable es que nos hayamos equivocado en esa percepción.
Si bien es cierto que en algunos momentos hay personas que pueden criticar circunstancias erróneas sobre nosotros, en muchas ocasiones sobre todo si ellas no nos lo comunican directamente y sólo nos dejamos llevar por comentarios ajenos, probablemente nos estemos equivocando al mantener esos recelos y lo que es peor habremos creado una barrera entre esas personas y nosotros.
Criticar a los demás es fácil, lo verdaderamente difícil es hacerlo con uno mismo para corregirse esas tendencias o debilidades que le alejan de su verdadero cometido en la Tierra: ayudar a los demás y por ende evolucionar espiritualmente. Sin darnos cuenta, al igual que podemos sentirnos menospreciados o infravalorados por los que nos rodean, nosotros también hacemos lo mismo con otras personas, creyendo que únicamente somos nosotros los que obramos correctamente y sabemos valorar las cosas de forma equitativa y no arbitraria.
En muchas ocasiones se nos hacen visibles en los demás aquellas deficiencias que nos son propias y cuanto más nos molestan significa que en nuestro interior todavía continúan existiendo; en estos casos los demás son un espejo donde tenemos mucho que ahondar para saber cómo somos realmente.
Suponer que los demás están equivocados y que únicamente nosotros llevamos la razón es un contrasentido si conocemos las leyes espirituales y tenemos presente que todos nos encontramos inmersos en un proceso de evolución en el que la perfección en nuestro mundo es algo inalcanzable.
Encontrar la paz interior no es fácil si nos dejamos llevar por prejuicios, ideas preconcebidas sobre los demás o incluso si nos creemos superiores a ellos, porque siempre encontraremos motivos para enjuiciarles lo que nos impedirá valorar sus aspectos positivos y cualidades que todas las personas tienen, además al dirigir nuestros pensamientos y sentimientos únicamente hacia esos aspectos por ley de afinidad atraeremos más energías negativas que aún nos harán la vida más sombría y desarmónica.
Es evidente que no todo lo que hacen los demás lo debemos justificar y creer que está bien hecho, hemos de utilizar unas premisas espirituales para ello y si consideramos que están equivocados respetar su decisión aunque no la compartamos, debemos dejarles el mismo derecho a equivocarse y a tomar decisiones que queremos tener para nosotros. De todos modos siempre es conveniente ponerse en el lugar de los otros para valorar sus actuaciones y no dejarse llevar por las apariencias pues éstas a menudo nos engañan.
Evitar esas situaciones que son motivo de malas interpretaciones y nos conducen a la maledicencia y a la crítica destructiva ha de empezar por uno mismo, no podemos exigírselo a los demás si nosotros no somos los primeros en llevarlo a efecto. Si ese rechazo o recelo que puede existir entre dos o más personas, con o sin motivo, no deja de alimentarse con más comentarios o actuaciones, se convierte en un círculo vicioso que puede poner en peligro amistades y relaciones de muchos años.
Una vez más se nos plantea ante nosotros la idea de
“ser los primeros en ofrecer a los demás nuestro respeto y comprensión”,
evitando fomentar actitudes de rechazo o discriminación, olvidando
y perdonando aquellas que puedan realizar sobre nosotros. Es así
como se consigue recuperar el respeto y valoración de los demás,
ofreciendo nuevas oportunidades para restaurar esa relación contaminada
por el fantasma del recelo y la desconfianza.