NOV-99 Nº 208 |
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En estos y otros casos al realizar algún bien a alguien, en general, deseamos que éste nos lo reconozca e incluso que las personas que nos rodean conozcan lo “altruistas y solidarios” que somos, de alguna forma queremos que valoren lo que hemos hecho y que sea publicado a los cuatro vientos para que todos lo sepan.
Este hecho, de algún modo resta valor a la acción que anteriormente hemos realizado y debiera hacernos reflexionar hondamente acerca de nuestra verdadera intención a la hora de llevarla a cabo, ¿acaso nos interesaba más el fruto o recompensa que fuéramos a obtener de ella antes que el hecho de ayudar a aquél que lo precisaba?
En este sentido, encontramos en el Evangelio unos pasajes muy ilustrativos: “Cuidad de no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para que las vean; de otra manera no recibiréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos... cuando hagáis limosna, que vuestra mano izquierda no sepa lo que hace vuestra mano derecha; para que la limosna sea en secreto; y vuestro Padre que ve en lo secreto, os dé la recompensa.” (San Mateo, cap. VI, v. de 1 a 4).
Resulta muy humano desear un inmediato reconocimiento del bien que podamos realizar, pero ¿para qué? ¿para alimentar nuestra vanidad? ¿para creernos superiores a los demás? ¿para sentirnos mejores de lo que somos? Es importante la intencionalidad de nuestras obras y solamente tienen un verdadero valor cuando actuamos con desinterés, sin pretender que nos devuelvan el favor y sin buscar elogios por lo que hemos hecho.
Hacer el bien debe ser una consecuencia del desarrollo de nuestros valores morales en la acción, requiere que valoremos a los demás y que les consideremos como verdaderos hermanos, solamente cuando apreciamos sinceramente a los que nos rodean y los tratamos como queremos que nos traten, es cuando nuestro sentimiento será puro y no albergará intenciones ocultas. Se trata de un trabajo diario que empieza desde el pensamiento, continúa con el sentimiento y culmina con la acción. Por eso es importante que mantengamos nuestros pensamientos, sentimientos y actitudes en armonía con los principios espirituales que los grandes maestros nos han enseñado.
Si pensamos y sentimos buscando continuamente el Bien, nos será mucho más fácil ACTUAR correctamente llegado el momento, pues de alguna forma nuestra actitud es positiva y junto a nuestra voluntad podremos conseguir anular cualquier tendencia acomodaticia o egoísta que surja de nuestro interior para anular a la acción.
Si actuamos solamente para que otros nos vean, ¿qué haremos cuando nuestra acción solamente sea vista por nosotros? Probablemente nos disculparemos y diremos “¡en estos momentos no haré nada porque nadie lo va a saber, aguardaré una mejor ocasión!” ¿Y qué haremos cuando esa actuación consista en corregirse uno mismo aquella tendencia o debilidad que le perjudica? En estos casos, como creemos que los demás no nos conocen, pensaremos que no hace falta hacer ningún esfuerzo pues ese éxito o fracaso nadie va a conocerlo.
Vivimos en una sociedad donde se da mayor valor a la apariencia que a la realidad y donde, casi sin darnos cuenta, podemos vernos inmersos en ese juego que nos aleja de nuestro interior para mostrarnos a los demás según nos convenga y nunca como verdaderamente somos y sentimos. En ciertos ambientes espirituales el hecho de ser "considerado una buena persona" que hace tantas obras de bien a su paso puede llegar a envanecerle y hacerle pensar en que es un ser superior, aumentando su afán de protagonismo... hasta el punto de llegar a preocuparse más por parecer en todo momento "bueno" antes que en serlo verdaderamente. Los desengaños vienen después porque las apariencias no se pueden mantener eternamente.
Nuestra conciencia no puede engañarnos, podemos aparentar, disimular, hacer creer a los demás que somos un ejemplo digno de admirar, presumir de tolerantes y ecuánimes y tantas otras cualidades... pero nunca sentiremos la auténtica satisfacción que siente aquél que obra con total desinterés y sin preocuparse por "el qué dirán" sino "por si ha realizado todo el bien que podría haber hecho".
Tan importante resulta actuar cuando los demás pueden llegar a apreciar lo que hacemos como cuando únicamente nos encontramos ante nuestra conciencia. Solamente así podremos ser honestos, honrados y coherentes con aquellas ideas espirituales que defendemos de palabra.
La palabra humildad también debe destacarse aquí
con letras mayúsculas porque no podemos ayudar a los demás
si nos colocamos por encima de ellos, si nos enorgullecemos y les hacemos
sentir inferiores; por eso es tan importante el respeto y buen trato que
hay que ofrecer a todos sin distinción, tal y como desearíamos
que nos ofrecieran a nosotros si estuviéramos en su lugar.
Debes olvidar el bien que
hagas a otro y sólo recordar el que recibas.
Quilón.
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