DIC-99 Nº 209 |
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Hemos de valorar qué beneficios a nivel espiritual, tanto propios como ajenos, vamos a obtener con el nuevo rumbo que deseamos imprimirle a nuestra vida. No podemos actuar a la ligera, dejándonos llevar por comodidades o actitudes egoístas que a nada nos conducen sino al abandono de uno mismo y a la inhibición que nos cierra la puerta en nuestras relaciones con los demás.
Tampoco resulta acertado dejarse llevar por lo que hacen otras personas sin reflexionar ni razonar por uno mismo, aunque nos parezca que están en lo cierto o sus ideas sean muy válidas. Actuar por inercia, dejándose influir por las costumbres u opiniones de la mayoría podría conducirnos a la indeterminación y a no sacar nuestra verdadera personalidad y cualidades positivas.
Autodenominarse seguidor de una determinada doctrina de índole espiritual conlleva necesariamente la puesta en práctica de sus principios morales y espirituales. Practicar en el día a día máximas como "hacer a los otros lo que nos gustaría que nos hicieran" o "amar a nuestros enemigos" (por citar algunas) nos invitan a un camino muy concreto a seguir, no dejan lugar a dudas, aunque han de pasar precisamente por el escrutinio de la propia conciencia para ver si de verdad lo estamos cumpliendo o es sólo un buen propósito que con facilidad excusamos.
Aun así y dado que no hay dos personas iguales, cada cual optará por actuar de una forma peculiar y aunque los objetivos sean los mismos: ayudar a los demás, ser solidarios y fraternos... casi con toda seguridad la forma de enfocar las cuestiones y trabajos que se nos planteen no serán del todo iguales. Lo importante es la intención pero hemos de saber ponernos en el lugar de los demás para valorar lo que pueden necesitar y cómo podemos ofrecérselo.
A menudo nos encontramos con ejemplos muy válidos en los demás que sería bueno valorar e intentar aplicar a nuestro caso particular. Existen personas con cualidades magníficas para relacionarse con los demás, tienen un don de gentes, una simpatía y amabilidad tales que con mucha facilidad llegan al corazón de los demás y sintonizan con ellos, de esa forma pueden transmitirles consejos y experiencias que al encontrarse en buena predisposición sabrán aceptarlos y valorarlos. Otras personas, quizás no tengan demasiadas palabras o no sean tan expresivas como las anteriores, pero son tan serviciales y trabajadoras que siempre están preocupadas por ayudar a aquél que lo precise en cualquier faceta. Por otra parte, encontramos también a otros que no son ruidosos, que no les gusta destacar ni estar en primera línea, procuran no hacerse notar, prefieren trabajar en aquello que a menudo nadie quiere y que menos pueda verse, sus características principales son la abnegación y la humildad. Otros hay que se preocupan de las necesidades físicas y espirituales que en un momento dado precisan los demás, dedicando su tiempo y sus propios medios a paliar en la medida de lo posible esas carencias. Hasta incluso, aquellos que tienen facilidad para comunicar y divulgar, haciendo uso de los diferentes medios: palabra, escritura... trabajando en diferentes campos: conferencias, revistas...
Si reflexionamos sobre lo anterior a buen seguro que nos sentiremos identificados con algunas de las características que podrían conformar, a grandes rasgos, las diferentes formas de ayudar y sentirse útiles a los demás. Cada persona es un mundo y tiene unas cualidades y valores que sería positivo saber ofrecer a los que nos rodean, sin detrimento de lo que, a su vez, otros también puedan ofrecer. Si fuéramos capaces de sacar lo mejor que llevamos cada uno para darlo desinteresadamente a todos sin excepción, sin prejuicios ni discriminaciones, a buen seguro que nuestra sociedad mejoraría, porque recogeríamos unos de los otros valores y realizaciones positivas que romperían cualquier barrera o diferencia y, en definitiva, nos acercarían más a nuestros semejantes.
El ritmo que nos impone una sociedad materialista a veces puede hacernos perder el norte en nuestros propósitos o ideales, haciéndonos acomodaticios y olvidadizos. Es necesario estar vigilantes para que eso no ocurra, no podemos pasar por alto las necesidades de ayuda que todos tenemos. La lucha desenfrenada por adquirir bienes materiales, ha de dejar paso a lo verdaderamente importante y que es, a la postre, lo único que nos vamos a llevar a la otra vida: los valores espirituales, las realizaciones de bien que hayamos sido capaces de materializar en nuestra existencia física.
En un grupo de índole espiritualista, las diferentes cualidades de cada uno de sus componentes debemos saber combinarlas para que cada cual se desarrolle según sus preferencias, colaborando con los demás en las metas que se establezcan en común. Para que esos compromisos se concreticen es preciso dedicación y responsabilidad que surgirá cuando entre todos exista una unión sentida y realizada; esto sólo será posible gracias a la convivencia, amistad y confianza que sepamos ofrecernos unos a los otros.
El camino a seguir será precisamente aquél que nos indique nuestra propia conciencia enriquecida con el aporte y ayuda de esos valores que apreciamos en los semejantes, pero no una conciencia empañada por las propias debilidades o tendencias egocéntricas, sino aquella conciencia superior que es el fiel reflejo de lo que los grandes maestros nos han enseñado en las diferentes épocas con su propio ejemplo y sus vidas dedicadas a los demás.