No basta con conocer unas ideas positivas para tenerlo todo hecho, es preciso que plasmemos en la práctica lo aprendido, viviendo en cada momento los principios espirituales que vamos descubriendo, siendo los primeros en cambiar interiormente sin exigir nada a los demás, ofreciéndoles nuestro apoyo y amistad incondicionales y por supuesto tener el firme propósito de dirigir nuestros pensamientos, sentimientos y actuaciones siempre hacia el Bien.
Lo anterior supone aceptar a nivel individual un compromiso con el que tengamos que ser consecuentes y, a la vez, honestos para exigirnos cada día un poco más en aras de ese objetivo espiritual que consideramos importante.
Nadie puede realizar ese trabajo por nosotros, pero tengamos en cuenta que si no lo hacemos no estaremos a la altura de las circunstancias y poco a poco el desinterés y el abandono nos alejarán de ese ideal que en un principio sí nos interesó e ilusionó. En nosotros reside la responsabilidad de aportar ese granito de arena al grupo mediante nuestro esfuerzo y cambio interior o por el contrario adoptar una postura acomodaticia evitando comprometernos en exceso, midiendo nuestro grado de esfuerzo, exigiendo a los demás algo que nosotros no estamos dispuestos a hacer, en definitiva a permanecer en el grupo mientras no nos suponga demasiadas molestias o problemas o hasta que convenga a nuestros propios intereses y deseos egoístas.
Hemos de mantener nuestra conciencia alerta para no caer en ese error, siendo exigentes con nuestro propio cambio interior, admitiendo y corrigiendo los fallos observados y colocándonos en una disposición de permanente escucha, pues solamente así podremos atender y considerar cualquier consejo o crítica constructiva acerca de nuestro proceder o actitud.
En un grupo de índole espiritualista es preciso que cada componente sea algo importante dentro del conjunto, que se sienta útil y a la vez comprometido con aquellas actividades que se proyectan o realizan. Pero esa importancia ha de ser el fruto de un trabajo interior, de un esfuerzo personal por querer estar y participar. No podemos caer en la autosuficiencia de creernos "casi perfectos" o pensar que todo se ha de realizar a través nuestro, mediante nuestra aprobación o beneplácito. Todos somos importantes aunque nadie es imprescindible, por lo tanto cualquier cosa que realicemos de corazón con verdaderos deseos de ayuda y colaboración, olvidando imposiciones o exigencias a las que queramos someter a los demás, considerándonos unos más, ni mejores ni peores que el resto, y a la vez dejamos que cada cual realice lo mismo, entonces sí podremos decir que estamos aportando algo positivo al grupo.
Las actitudes de prepotencia, pensar que somos superiores, que podemos dirigir, mandar y manipular a los demás, en el erróneo pensamiento de que lo hacemos por su bien, no caben dentro de un grupo espiritual y debemos descartarlas de nuestra mentalidad.
Lo más importante son nuestras actitudes positivas y su demostración práctica, por eso debemos concederle un mayor valor al esfuerzo personal que a diario realizamos, y si vemos que no avanzamos o que nos quedamos atrás, rápidamente reaccionar y seguir caminando.
En este compromiso individual por cambiar y ser mejores día a día, sembrando a nuestro paso las mejores obras y actuaciones posibles, nos encontraremos con las demás personas, que como nosotros también intentan con todo su corazón e ilusión alcanzar los mismos logros, ¡cuán positivo resulta compartir con ellos nuestros objetivos y aspiraciones, sabiendo que nos van a ayudar en los momentos difíciles y que a su vez ellos también contarán con nuestra ayuda en cuanto la necesiten!
Nos encontramos en unos momentos donde compartir y unirse a los demás con vistas a lograr objetivos de índole espiritual, altruista, fraternal y solidario es fundamental, porque al igual que en cualquier sector de la vida "la unión hace la fuerza", en el terreno espiritual aun es mucho más importante caminar unidos y no distanciados o de forma individual, podremos ayudar mucho mejor y alcanzar metas impensables para una única persona.
Colaboración implica responsabilidad personal por vivir y sentir plenamente lo que deseamos realizar, demostrándolo en el día a día; significa también que estamos dispuestos a aportar lo mejor de uno mismo y a superar aquello que nos molesta e impide que el auténtico entendimiento surja y seamos capaces de trabajar en equipo por un objetivo común, sin importar quién realiza el trabajo (los personalismos) sino que éste se realiza y todos han participado en él, en la medida que ha sido posible.
También supone que coloquemos en una justa escala de valores aquellos compromisos y responsabilidades que estamos dispuestos a cumplir por encima de nuestros gustos o deseos egoístas, y que demostremos que sabemos renunciar o no conceder importancia a los aspectos secundarios, siempre que todos se beneficien y se alcance el fin común que se persigue.
En la medida que seamos capaces de cumplir con los objetivos transcendentes que hemos traído para realizar en esta existencia, así nos encontraremos implicados en esa labor espiritual a la que todos estamos llamados como es la de dar un ejemplo continuo de lo que significan las leyes espirituales, de que por encima de las ideas importan las personas y el bien que podamos hacer a nuestro alrededor.