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Y en nuestra
ceguera, los humanos maldecimos nuestras existencias oscuras, monótonas
y dolorosas; pero, cuando levantamos la mirada por encima de los horizontes
limitados de la vida terrenal, cuando llegamos a comprender el verdadero
motivo de la vida humana, entonces vemos con claridad que esas vidas son
indispensables para dominar el orgullo y doblegar la soberbia (tan común
en nuestra humanidad) y someternos a la disciplina moral evangélica,
sin la cual no hay progreso espiritual.
Todos se
resisten a aceptar el dolor, por desconoci-miento de su acción depuradora
sobre el alma; y sólo llegamos a comprender su utilidad, después
que hemos abandonado el mundo físico, donde el dolor ejerce su imperio.
Sin embargo, en el crisol del dolor es donde se forjan las almas grandes;
ya que la acción del dolor depura el magnetismo mórbido generado
por los apetitos groseros, los vicios, los sentimientos y acciones de mal
realizadas por egoísmo, orgullo o dominados por las pasiones.
Debemos
evitar todo lamento de nuestras propias dolencias, de nuestras propias
desventuras. El lamento aumenta la sensación de la dolencia y no
ayuda, en absoluto, a superar las desventuras; antes al contrario, el lamento
o lamentaciones hacen que las desventuras y vicisitudes adversas, cuales
sean, nos parezcan mayores e insuperables, ya que esa actitud debilita
las fuerzas necesarias para superarlas.
En todo
momento difícil, no cometamos el error de rebelarnos. Jamás
demos cabida en nosotros a la rebeldía ante el dolor o vicisitudes
adversas; porque, de ese modo nada resolvemos. Aceptemos, sin lamentaciones,
como algo que debe correspondernos; pero, no pasivamente, sino que, con
calma, con la mayor calma posible, buscar el modo y manera de superar esos
aspectos, despertando las fuerzas internas existentes en todo individuo.
Tened presente que, nadie pasa por vicisitudes y desventuras que por ley
no le correspondan, ni que carezca de los medios y fuerzas internas para
superarlos. Esa es la Ley. Por ello, rebelarse, es absurdo. A más
que, toda rebeldía, impide el proceso depurativo que el dolor efectúa
en el alma humana.
Todos los
aspectos considerados adversos o desventuras, son necesarios para desarrollar
las facultades del Espíritu, que es la realidad; pues, nosotros
como personas, no somos la realidad, sino la manifestación de la
realidad espiritual en su actuación en el plano físico. Tengamos
siempre presente que el objeto de la vida o vidas humanas, es el progreso
del Espíritu; y que las vicisitudes de la vida, son necesarias para
adquirir las experiencias; experiencias que debemos aprovechar para ese
progreso, que nos liberará del dolor.