FEB-00 Nº 211 |
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Cada uno de nosotros es un ser espiritual en proceso de evolución, que necesita realizar determinadas superaciones, adquirir determinadas experiencias, por lo que tiene que pasar por los diversos aspectos que la vida en los planos físicos ofrece para el desarrollo de las facultades del Espíritu que, como ya conocemos, es la realidad que continúa existiendo en el tiempo. Y la riqueza y pobreza, en sus diversos modos, así como el poder de la autoridad, en sus diversos grados; son aspectos variados, son pruebas a realizar por el Espíritu para continuar progresando en el camino ascendente de la evolución.
Porque, el objeto de las vidas humanas es progresar, por lo cual es necesario pasar por los diversos aspectos y pruebas; para las que el Espíritu escoge, pide o acepta, un destino determinado o programa a desarrollar de relaciones y pruebas a superar. Y cuando en una vida el Espíritu no realiza el programa aceptado, o no supera las pruebas que pidió o libremente aceptó, tiene que volver tantas veces como necesite, para lo cual la Ley de Evolución, que es manifestación divina, proporciona al Espíritu el tiempo necesario.
La pobreza y la miseria es uno de los mayores males de todos los tiempos, dice el común de las gentes. En términos generales es consecuencia del atraso evolutivo de los seres de nuestra humanidad. Cada ser humano está en el lugar que le corresponde. Pues, de corresponderle otro mejor, ya lo tendría o habría conquistado. Muchos sostienen que la riqueza está mal repartida, los que conocemos las Leyes de la Vida sabemos que nada existe por casualidad, sino que, en todo aspecto de la vida humana y espiritual, hay una causalidad previa.
Pretender una igualdad total, es utópico, porque siempre habrá dirigentes y dirigidos, según las capacidades, y porque la naturaleza de nuestro conglomerado humano es tan diversa en todos los aspectos que resulta inaplicable.
La diferencia de posiciones sociales no es sino división de trabajo por capacidades diversas, y esa diferencia es tanto más acentuada cuanto más evolucionado y complejo es el organismo social. Para una igualdad absoluta, como algunas ideologías predican, sería indispensable que todos los miembros de la sociedad fuesen iguales: intelectual, moral y volitivamente, lo cual no es así; pues, ni en la misma naturaleza hay dos cosas exactamente iguales.
La pobreza, aunque desagradable por actitud equivocada que el individuo adopta por falta de conocimientos, es la que ofrece más posibilidades de progreso espiritual; ya que, una vida laboriosa está libre de las tentaciones y perversidades de la vida holgada.
Y aun cuando la pobreza es el camino más fácil de la ascensión espiritual, no por ello la riqueza es una imposibilidad de ascensión. Resulta serlo, cuando se usa para satisfacción de capricho, lujos y placeres personales. Aquella frase del Mesías: “Reparte tus bienes entre los pobres y sígueme”, que era acertada en aquel caso y en aquel tiempo, no significa que en todos los casos hubiera dicho lo mismo, por lo que no es del todo aplicable en nuestro tiempo.
Supongamos que un rico decide repartir su fortuna entre los pobres. En primer lugar tendría que hacerlo entre un grupo limitado; y en segundo lugar tendría que escoger bien a quienes dar, pues de otro modo podría contribuir a alimentar el vicio y la ociosidad, haciendo un mal en vez de un bien. A los viciosos y a los perezosos no se les debe ayudar en lo material, pero sí en lo moral. Repartir dinero a todo aquél que sea pobre, no es caridad. Es más meritorio buscar los casos de necesidad verdadera y auxiliarlos, levantarlos y ayudarles a valerse por sí mismos, etc.
La riqueza material a la que la mayoría de nuestra humanidad ansía, por su atraso evolutivo, conlleva una gran responsabilidad y muchos peligros para el espíritu. El primero y principal es que suele endurecer el alma humana, a más de las atracciones que el mundo de hoy ofrece, que hace olvidar y dificulta la realización del verdadero objeto de la vida y retrasa la evolución.
¿Es la riqueza creadora de felicidad? Sí y no. Depende del uso que de ella se haga. Las riquezas materiales no hacen feliz al ser humano, a menos que las encauce hacia fines nobles. Nos refirimos al ser humano de mediana evolución. Solamente los seres elementales de escasa evolución y sensibilidad ansían la riqueza para sí, por desconocimiento de la responsabilidad y amarguras que la misma implica.
¿Por qué es difícil para el rico entrar en el llamado reino de los cielos? Porque no está dispuesto a humillar su amor a la riqueza, apegándose a ella; con lo cual aumenta su egoísmo que le impide ascender. Una de las mayores desilusiones de las personas ricas, es no poder comprar la felicidad con dinero. Sabido y demostrado está que, la riqueza por sí sola no genera felicidad, no proporciona una vida dichosa; antes al contrario, es motivo de múltiples inquietudes, angustias, ansiedad, preocupaciones y desdichas. Solamente cuando es orientada hacia un ideal noble o causa justa, o empleada en la práctica del bien en algunas de las múltiples modalidades. Hay quienes creen que, haciendo una fortuna, ésta les dará felicidad; pero, cuando algunos de éstos la alcanzan, ven con asombro y desencanto que la felicidad que buscaban se halla más lejos que antes. Pues, como acertadamente dijo alguien, “el hombre que puede satisfacer todos sus deseos ya no tiene goces”.
La sociedad moderna está siendo aplastada bajo el peso de los hábitos costosos y superfluos, en una carrera hacia la artificial multiplicación de necesidades creadas por organizaciones económicas a través de la publicidad, en su afán de lucro y no para el bienestar de la humanidad. Y de ahí nacen o surgen en la mente de las gentes necesidades no reales. Surge también la búsqueda de los placeres malsanos, ¡vana ilusión!, que arrastran al individuo desde el hastío al embrutecimiento y ruina física y espiritual; pasando por las fases intermedias de tensiones emocionales, decepciones, amarguras múltiples, desengaños, etc., etc.
Las riquezas están donde estén los amigos.
QUINTILIANO.