OCT-99 Nº 207 |
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Todos anhelamos tener y vivir en un hogar feliz, que sea un refugio de paz después del trajín del diario vivir a que estamos sometidos en el mundo de hoy. Pero, ¿qué hacemos para ello? Poco o nada. Y salvo excepciones loables, hacemos lo opuesto para tal fin, por la actitud egoísta de anteponer nuestro “yo” (amor propio, orgullo, etc., y en algunos casos capricho) en las relaciones del hogar; todo lo cual induce a esos estados de intransigencia perturbadora de la armonía indispensable para que el hogar sea un refugio de paz, amor y felicidad.
Y esto último no es una quimera, sino una condición de vida que está al alcance de quien quiera conquistarla. Porque, sólo conquistándola podrá disfrutarse.
La primera condición para un hogar feliz es mantener la armonía entre los componentes, especialmente entre los esposos, que son la fuerza rectora y guía de la familia; ya que, un hogar desarmónico es un foco de atracción de vibraciones negativas, de fuerzas del mal (seres inferiores de baja condición) y causa de trastornos psicológicos en diversas manifestaciones y consecuencias, y de infelicidad. Y para que esa armonía exista en el hogar, de absoluta necesidad es observar y poner en práctica el amor entre todos los componentes del hogar, que es un darse a los demás componentes de la familia y mucha comprensión. Si cada uno de los componentes de la familia adopta esa aptitud, si cada uno de los miembros de la familia trata a los otros como desea que le traten, no habrá enfados ni reprimendas, no habrá lugar para desavenencias, tan perjudiciales para la buena armonía en el hogar.
De gran amargura es ver el gran número de hogares desarmónicos, consecuencia del egoísmo y falta de delicadeza en las relaciones conyugales. Da pena ver como, personas que se tienen por educadas en la sociedad, actúan en el hogar con vulgaridad y falta de delicadeza, creando con ello un ambiente de desarmonía perturbadora.
Variados son los motivos productores de desarmonía; como los ademanes bruscos, palabras agrias, cotorrear, etc.; pero la causa principal radica en el egoísmo de las partes o ambas que componen el matrimonio, y a veces de algún otro familiar. Porque, el egoísmo con su secuela de amor propio, orgullo, vanidad, afán de dominio, autoritarismo, etc.; es generador de desarmonía y desdichas entre los esposos y demás miembros de la familia. Demostrado está, que no hay egoísta feliz, ya que la felicidad y el egoísmo son incompatibles.
Fácil es apreciar que la mayoría de las desarmonías en el hogar tienen su origen en la actitud de egoísmo que el esposo o la esposa, o ambos, mantienen, por ignorancia de su propia condición egocéntrica, por falta de observación de sus reacciones y sentimientos. Y esa actitud desacertada, va generando un desencanto entre los cónyuges que debilita el amor conyugal, por lo que necesario es evitar por todos los medios, todo comienzo de desarmonía en el hogar.
Las desarmonías suelen comenzar por divergencias sobre pequeñeces del diario vivir o por falta de delicadeza en el trato diario que, con la repetición, van creando en el hogar un ambiente psíquico desarmónico, de funestas consecuencias. Cuando una de las partes quiere hacer prevalecer su criterio sin considerar el de la otra parte, comienzan las desavenencias. Y aquí está el peligro; porque, con esta actitud están emitiendo vibraciones negativas que atraen hacia ese hogar a entidades maléficas del mundo invisible, que les proyectarán vibraciones desequilibrantes, azuzando a las partes, convirtiendo a los esposos, padres, hijos y hermanos, en instrumentos de esas fuerzas negativas. ¿Sabéis lo que esto significa? Si pudieseis ver esa escena, os espantaría.
Esto es también aplicable a los jóvenes entre sí y en las relaciones con los padres. Porque, dado la influencia de las nuevas ideas mal interpretadas; los jóvenes, en el desconocimiento de su inmadurez psicológica, tratan de imponer su criterio juvenil a sus padres que, si bien hay casos con cierto grado de razón, los más carecen de ella. Y muchos jóvenes adolescentes argumentan que sus padres no les comprenden. Ello es cierto en algunos casos; pero, yo les pregunto, ¿tratan ellos, por su parte, de comprender a sus padres? La mayoría no, y se apartan de ellos, en vez de acercarse y aprender de su experiencia.
Si queremos tener y disfrutar de un hogar donde reine la paz y la armonía, es imprescindible que nos propongamos desde ahora mismo, hacer todo el esfuerzo posible en contribuir a la felicidad de la otra parte y demás miembros de nuestro hogar, superando el egoísmo y el amor propio, y pronto comenzaremos a sentir en vosotros mismos una sensación más agradable de la vida, sensación que la armonía mental-emocional produce. Y esto no es tan difícil. Hagamos la prueba, comenzando hoy mismo al llegar a nuestro hogar y esforzándonos en mantenernos en esa sintonía.
Cuando
la esposa ponga todo su empeño en evitar todo comienzo de divergencia
y el esposo haga lo mismo; cuando ambos se propongan firmemente no permitir
desavenencia alguna entre ellos, antes bien ceder en sus derechos (y aquí
está el punto más difícil, por el orgullo y el amor
propio, que demuestran inferioridad de carácter); cuando cada uno
de los cónyuges trate de hacer feliz al otro en todo sentido, y
esto no es tan difícil; ese hogar irá siendo impregnado de
vibraciones de armonía y la paz reinará en ese hogar. Y aun
cuando sencilla, ésta es la fórmula maravillosa para la felicidad
conyugal. ¿Difícil? No, no es tan difícil si nos lo
proponemos con determinación firme. Si ansiamos la paz del hogar,
bien vale la pena hacer el esfuerzo.