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No obstante, si llevamosa la comprensión de las gentes que toda acción de mal recaerá sobre el mismo que la haga, puede que en el momento nos parezca que no le dan importancia; pero, esa verdad, ese concepto de verdad dado con amor, irá repitiéndose en su mente y rendirá su efecto.
No nos dejemos engañar por la pasividad y el comodismo, que son fuerzas psíquicas frenadoras de las realizaciones e impedimento del progreso espiritual.
Nada ni nadie puede apartarnos del camino del bien, si estamos firmemente determinados a transitar por él. Las circunstancias y las fuerzas del mal pueden llegar a ejercer presión sobre nosotros, incidiendo en nuestras debilidades; pero, si recurrimos a nuestro poder interno y lo ponemos en acción, seremos invencibles. Haciendo uso del libre albedrío, podremos crear el deseo y éste mueve la voluntad que lleva a las realizaciones.
Nadie da ni quita la paz del Espíritu, pues ella se gana o se pierde en el camino elegido: hacia el bien o hacia el mal. Tenemos el libre albedrío, esa libertad de acción que, por sí sola nos refleja la sabiduría de las leyes divinas. De como la apliquemos, atraeremos hacia nosotros la felicidad o la infelicidad, nos elevaremos o nos hundiremos.
Hemos de considerar que, en las fases inferiores de la etapa humana, en la “infancia” espiritual, el Espíritu carente aún de las experiencias necesarias, es arrastrado por el egoísmo e inconscientemente cae en el mal; como podemos apreciar fácilmente en ciertos sectores de nuestro conglomerado humano. No obstante, al cabo de muchas y muchas vidas de error, el Espíritu va despertando y desarrollando sus facultades, va aprendiendo por medio de las vidas de dolor que el mal no debe practicarse. Y en cada nueva encarnación viene determinado a corregirse y vencer las tendencias que le han venido arrastrando al mal. Pero, inmerso de nuevo en la carne, pierde el recuerdo de su compromiso. No obstante, en un grado de intensidad mayor o menor, según sea el progreso alcanzado, el Espíritu manifiesta por medio de sensaciones que denominamos “voz de la conciencia”, su deseo de superación contra las atracciones y circunstancias del medio ambiente. Y muchos espíritus bien intencionados sucumben de nuevo, por no sobreponerse a las atracciones que sobre su personalidad ejerce el medio ambiente y las circunstancias.
La práctica del bien es el camino más seguro para nuestra redención. Pero, para que ese bien sea fructífero, hemos de hacerlo con amor, desechando toda idea de retribución, ni siquiera la de agradecimiento, y con ello evitaremos las desilusiones y las amarguras de la ingratitud. Toda acción de bien debe ser realizada con amor sentido, o al menos con deseo de hacer el bien por el bien mismo, con lo cual el alma va sutilizándose para permitir al Espíritu continuar su ascensión.
La práctica del bien es la que nos permitirá el rescate voluntario de nuestros hechos delictivos en el pasado. El mayor criminal puede abreviar largos años de sufrimiento que le correspondería por sus maldades, entregándose a la tarea del rescate, a través del servicio fraterno y benéfico a sus semejantes. Todos hemos cometido errores más o menos graves, todos somos deudores ante la Ley, por errores incurridos voluntariamente o arrastrados por las circunstancias. Y la práctica del bien es nuestra puerta de salvación.
Debido a que son muchos los humanos que hacen daño a otros, que actúan en el mal, presionados y obsesionados por las fuerzas negativas del astral inferior, o seres del mal desencarnados, necesario es hacer una breve aclaración:
Libre albedrío.- Como vamos conociendo, el fin primordial de la vida humana y de toda la creación, es progresar, evolucionar. Y a tal fin están orientadas las leyes divinas. Y entre éstas, está la ley de la libertad o del libre albedrío, que concede al ser humano la facultad de tomar sus propias decisiones y realizarlas, de modo que el Ser o Espíritu sea el forjador de sus destinos.
El Libre albedrío es el derecho que nos otorgan las leyes divinas para dirigir nuestra propia vida, en el ejercicio de la libertad de acción. Pero, con ello, adquirimos también la responsabilidad del uso que de él hagamos. Podemos escoger el camino del bien o del mal, tenemos libertad para ello; pero responsables somos de los resultados. Si tomamos el camino del mal en vez del camino del bien, tendremos que afrontar las consecuencias dolorosas que la práctica del mal genera. Esa es la Ley, y de la cual no podemos escapar, porque está inmanente en nosotros mismos.
Quien transite por el camino del bien, percibe una paz y armonía que hacen agradable la vida, y ayuda a superar las vicisitudes adversas que, para el desarrollo de las facultades del Espíritu, se nos presentan; con lo cual se engrandece y asciende. En cambio, si abusa de este derecho y se aparta libremente del camino del bien y del amor, practicando el mal, desarmoniza su vida y comienza a descender hacia los abismos de la desesperación y del dolor, retardando su ascenso espiritual. El libre albedrío es relativo, tiene sus limitaciones. Está condicionado al grado de evolución alcanzado. Por ello, la responsabilidad es progresiva. Así, a mayor conocimiento y sabiduría, mayor responsabilidad por su mayor capacidad de acción.
De todo
lo expuesto puede decirse fácilmente que el mal no tiene existencia
propia, sino como acción del hombre que, en su ignorancia, se desvía
del camino del bien. El bien es la ley. El mal es la oposición a
la ley. El bien sentido y practicado protege de las influencias de las
fuerzas negativas, de las entidades maléficas, y va generando las
condiciones creadoras de felicidad, mientras que el mal, atrae a las fuerzas
negativas y va generando las condiciones causantes de infelicidad y dolor.