NOV-99 Nº 208 |
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Las discusiones o disputas en el hogar, son altamente perjudiciales en todo sentido; porque excitan la emotividad, y ésta incide en la mente que presiona magnéticamente sobre la facultad de la razón, ofuscándola. Y las personas muy emotivas, llegan a perder el control de sí mismas, con los consiguientes perjuicios. Pero, a más de eso, ese estado psíquico de descontrol produce una desarmonía psíquica y gran derroche de energías, y un gran desequilibrio en el sistema glandular o glándulas de secreción interna, como el hígado, páncreas, bazo y otras, alterando su funcionamiento, con el consiguiente perjuicio para la salud. Además afecta en alto grado al sistema nervioso, ya que el magnetismo generado en esos momentos de discusión, incide en las neuronas, con la consiguiente pérdida de energías nerviosas.
Como en las discusiones o disputas la mayoría no sabe controlarse, suelen salir palabras ofensivas o frases (y generalmente acontece, aunque mucho depende de la educación de las partes), que lastiman la sensibilidad de las personas sensibles, porque las frases hirientes y palabras duras, hacen impacto en la facultad emocional del alma humana, que poco a poco va matando el amor conyugal, tan necesario para la vida en común y para su progreso espiritual. Y cuando hay niños, esas escenas, así como las palabras y frases pronunciadas en esos momentos fuera de control, se graban intensamente en la psiquis de los niños e influirán mucho en su vida. Ante esta responsabilidad, meditad aquellos que sois padres.
Todas o casi todas las discusiones desagradables y enfados en las relaciones de familia, comienzan por pequeñeces de la vida diaria en común. Y es ahí, en el comienzo, donde hay que controlarse, no dando a las cosas más importancia de la que realmente tienen. Nunca habrá discusión si cada una de las partes está determinada a evitarla. Y la parte más inteligente, la más sensata, será la que sepa ceder en el comienzo, evitando con ello males mayores. Y en las jóvenes parejas, las discusiones y enfados caprichosos van produciendo un desencanto que, poco a poco, van matando el amor conyugal. No hay hogar feliz donde los esposos tengan el hábito de discutir. La grandísima mayoría de las separaciones conyugales, se deben a la funesta costumbre de discutir.
¿Habéis visto el aspecto desagradable que ofrecen dos o más personas discutiendo cuando lo hacen acaloradamente? Penoso, ¿verdad? Pues, en ese espejo debemos mirarnos.
Variados son los aspectos y motivos que pueden llevar a la discusión y ésta a degenerar en disputa acalorada, si las partes no se controlan en el comienzo. Las causas principales suelen ser: educación deficiente, vulgaridad, falta de delicadeza, quisquillosidad, amor propio, orgullo, falta de control sobre la emotividad y... egoísmo. Porque, el egoísmo es exigente, absorbente, dominante, amargando la vida de quien lo alimente y de quienes están a su lado. Las personas egoístas son incomprensivas e intransigentes con todo aquél que no piense y actúe como ellos quieren, con lo cual van creando un estado mental de egocentrismo y aislamiento psíquico que irá amargando sus vidas. En toda divergencia de opinión, necesario es razonar. Y para razonar, imprescindible es mantener la calma. Controlarse en el momento mismo del comienzo de cualquier divergencia. Repito, la parte más sensata, la más prudente, deberá ceder, evitando con ello males mayores. Ni importa que considere tener la razón; quien la tenga, se verá después. Pero, quien aprenda a ceder, mantendrá la armonía en el hogar, que es lo más importante. Puede que alguno crea que ello va en menoscabo de su personalidad; muy por el contrario, irá adquiriendo superioridad por la fuerza moral que en sí va desarrollando.
Controlarse en el comienzo o cuando ve venir el problema, es la técnica más efectiva a emplear por toda persona sensata, de todo aquél que se tenga por civilizado, de quien espere gozar de paz mental-emocional y salud. Para razonar en todo diálogo, es necesario mantener la calma. Controlar la impaciencia, comenzando por desarrollar la calma. ¡CALMA! ¡¡CALMA!!
Esta palabra,
pronunciada o mentalizada lentamente, al comienzo de cualquier incomodidad
o contratiempo, tiene una fuerza mágica que la mente imparte a la
facultad emocional y actúa como un freno sobre los impulsos. Y aplicándola
con frecuencia se establece el hábito, con lo que se consiguen resultados
sorprendentes. No lo dudéis. Ponedla en práctica en todo
momento de impaciencia o preocupación, y pronto apreciaréis
sus magníficos efectos. Todo está en adquirir el hábito,
éste actuará automáticamente. Propongamos con determinación
firme a no enfadarnos y controlar los impulsos, haciendo uso de ese vocablo
mágico:
C A L M A, muy
pronto comprobaremos los resultados.
Nuestra conducta es la única
prueba de la sinceridad de nuestro corazón.
T. WILSON
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