Es muy común a la mayoría de los médiums, iniciar el despertar de sus facultades bajo la actuación de los espíritus sufrientes, imperfectos u obsesores, que aprovechan la facultad del médium para satisfacer sus gustos y objetivos de carácter inferior. Si el médium es indisciplinado o poco celoso en el desenvolvimiento de su facultad, se vuelve presa fácil para los espíritus malévolos, que buscan siempre la ocasión para perturbar, tanto al médium como a los que están a su alrededor.
La mediumnidad, en sentido general, despierta en determinada existencia en los seres humanos a través de sufrimientos que les afectan al cuerpo y al psiquismo, para ir después encauzándose, gracias a su desarrollo ordenado en los ambientes favorables y dirigidos por personas más capacitadas.
Así entonces, el médium principiante y perturbado, poco a poco se irá ajustando a la tarea mediúmnica y controlará sus emociones psíquicas para dominar y conducir su cuerpo, mientras procurará a través de una vida equilibrada sintonizarse con el espíritu protector que lo guía en el intercambio de pensamientos y emociones con el mundo invisible.
El motivo y finalidad que tiene poseer una facultad es siempre tener una experiencia más y sacar el fruto oportuno de esta vida.
Dentro del largo camino que debemos recorrer hasta conseguir la perfección, se nos brindan siempre dos modalidades de progreso, el amor o el sufrimiento. La modalidad del sufrimiento es bien conocida por todos, ya que es la que generalmente nos está haciendo evolucionar hasta ahora. Pero dento de nuestra evolución existe un momento transcendental, es aquél en que se nos hace patente que es a través del amor y la caridad la forma por la que progresamos conscientemente. Debemos venir a la tierra a asimilar ese gran don, a convertirlo en algo nuestro, a consolidarlo de tal forma que esa virtud florezca siempre en nuestro espíritu.
En la línea de la evolución, comprendamos que antes de tener superado un defecto y atesorada una virtud, debe pasar mucho tiempo. Todo tiene un comienzo y ese principio es siempre difícil e incierto; por esa misma circunstancia nunca venimos solos, a nuestro alrededor existen personas que llevan más camino recorrido y nos muestran el sendero, para que no sea tan duro y tengamos menos errores.
Todos tenemos que pagar deudas del pasado y mediante el ejercicio de la caridad, a través de la facultad que se nos otorga, podemos aligerar mucho la carga que llevamos, ya que se pone en nuestras manos una fórmula rápida y sencilla, una vez se comprende su contenido.
Por el contrario si no cumplimos con el desarrollo y ejercicio de nuestra facultad incurriremos en graves responsabilidades y de ello dependerá nuestra próxima existencia. ¿Qué responsabilidad no tendremos cuando venidos a dar luz y no la damos? ¿Qué responsabilidad no tendremos, cuando venimos a enseñar y practicar la caridad y lo convertimos en un comercio? ¿Qué responsabilidad no tendremos, cuando hemos procurado que vengan a nuestro alrededor personas a las que deberíamos propiciar enseñanzas y consejos altruistas y lo transformamos en tinieblas y vacilaciones?
Pensemos en el daño que podemos hacer con nuestro estancamiento, no ya a nosotros mismos sino a los demás, quienes pueden incurrir en errores al admitir como bueno lo nuestro. Reflexionemos sobre la responsabilidad que tenemos y sobre cuál es el mejor medio para cumplir con la misión encomendada.
Podemos ayudar mucho a los demás demostrando con nuestro ejemplo la realidad del más allá, que no todo termina con la vida, que existen unas leyes justas y perfectas que nos rigen, que estamos aquí por algo y para algo...
Es necesario estudiar y comprender muy bien todo lo que una facultad lleva consigo para que lejos de rechazarla o usarla erróneamente, sepamos aprovechar esta gran oportunidad que desde lo Alto nos han concedido y hacer el máximo bien posible a nuestro alrededor.