ENE-00 Nº 210 |
|
|
|
Este es sin duda el objeto principal de la existencia en la tierra de todo ser humano: "progresar espiritualmente". El progreso es lento y complicado pero es inexorable, ya que la ley de evolución que rige la vida del espíritu desde que es creado por Dios nos impele a ello, a través de los medios de que dispone.
Estos medios son, fundamentalmente, las pruebas que se nos presentan en la vida y que nos ayudan a progresar si somos capaces de reaccionar positivamente ante ellas. Por otro lado, sabido es que el espíritu progresa a través del amor más rápidamente que con el dolor.
Sin embargo, a veces los humanos nos empecinamos en repetir una y otra vez nuestros errores, y contravenimos las leyes puestas por Dios para nuestro progreso; es entonces cuando la ley de causa y efecto entra en funcionamiento devolviéndonos más tarde o más temprano todo aquello que hemos hecho: "la siembra es voluntaria, la cosecha obligatoria".
Esta introducción nos debe hacer conscientes del hecho de que la mayor dignidad que un ser humano pueda tener en la tierra es la dignidad espiritual. Por encima de honores, laureles, reconocimientos o fortunas que ensalzan al hombre, la dignidad espiritual que proviene del trabajo bien hecho, supone la auténtica realización de la persona y de su reconocimiento ante el Creador.
Es por ello que, nunca debe importarnos aquello que piensen los demás si somos conscientes que nuestro trabajo de perfeccionamiento moral es acertado y que estamos consiguiendo aquellas metas que nos propusimos antes de encarnar.
Es francamente difícil saber cuál es el límite de cada persona en una existencia; tanto es así que Dios siempre concede las fuerzas suficientes para que los espíritus progresen en la medida que ellos mismos deseen.
No obstante, el trabajo de superar nuestras imperfecciones suele ser bastante duro y debemos en primer lugar conocernos a nosotros mismos para no confundir los defectos con virtudes, cuestión ésta que a veces ocurre con mucha frecuencia.
Pondremos un ejemplo, a veces cuando intentamos justificar nuestros errores se oye la frase que dice: "yo soy así y no puedo modificar mi carácter"; grave error, pues con esta actitud lo que estamos haciendo es engañarnos a nosotros mismos, evitando así realizar ningún esfuerzo que nos permita corregir esas deficiencias de nuestro carácter que necesitamos corregir para avanzar en nuestra superación moral.
Es por ello que, cuando los seres humanos son conscientes de que han de ser cada día mejores y empiezan a trabajar en ello, se necesita de una gran dosis de valentía para luchar sin descanso en este trabajo interno; un trabajo cuyos frutos se ven de forma importante a lo largo de nuestra existencia, y que nos sirve de gran ayuda para el futuro pues con él vamos alcanzando la limpieza espiritual necesaria para progresar a pasos agigantados en el camino de la evolución.
Quizás así comprendamos que la mayor dignidad que puede existir en el ser humano es la dignidad moral; aquella que proviene del propio esfuerzo, de la capacidad de renuncia, de la capacidad de tolerancia, de caridad, de amor al prójimo.
Esta dignidad moral nos eleva por encima de las cosas mundanas y nos acerca a Dios a través de los hombres; esta dignidad nos permite sembrar de luz el camino que vamos llevando en la tierra; ofreciendo un ejemplo que sirve de camino cierto para los que nos rodean y que posteriormente nos reportará grandes beneficios espirituales en forma de amor y de un destino más feliz y venturoso en vidas sucesivas.
Aprendamos pues de nuestros errores en la vida para poder corregirlos pues en ello consiste el progreso espiritual, no debemos creer que todo se nos dará sin que medie de antemano un esfuerzo personal pues Dios da "ciento por uno" pero primero hemos de poner nosotros ese uno, ese trabajo necesario que nos acerque a una mayor comprensión del porqué y para qué estamos en la Tierra.
La gran aventura de la vida nos invita a progresar constantemente, pues, día a día se nos presentan oportunidades para que vayamos superando nuestras malas inclinaciones y al propio tiempo incorporemos el amor al prójimo a nuestras vidas.
Seamos consecuentes con esta realidad espiritual y conseguiremos la mayor dignidad posible para un ser humano: "ser merecedores de llamarnos Hijos de Dios en toda su extensión" agradeciendo así al Creador la vida que nos ha concedido.