SEP-99 Nº 206 |
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A qué nos suena tal sentido de la fraternidad, ¿cuál debe ser el código de conducta que terminará por imponerse en el nuevo milenio que se avecina?
Sin duda alguna, la fraternidad tiene un código de referencia inmejorable: la moral que predicó Jesús. Es el "Ama a tu prójimo como a ti mismo" la referencia a seguir; no únicamente como un postulado religioso sino como un comportamiento ético-moral que facilitará las relaciones humanas en grado sumo, que permitirá el abandono de las injusticias y desigualdades sociales.
Todo ello no lo veremos de forma inmediata pero sí progresiva y paulatinamente a medida que avancen los tiempos. Estamos en épocas de incertidumbres, de confusión, donde las ideas confunden a las personas, donde las influencias externas que condicionan la sociedad desvían con facilidad al hombre de su auténtico objetivo en la tierra: un objetivo de progreso espiritual.
No permitamos que nos confundan, recurramos al bien más preciado que posee el hombre desde que nace: el ejercicio de su libertad para poder elegir lo que más le conviene. La búsqueda de la felicidad es siempre el objetivo primordial del ser humano; hay quien la busca en los placeres de la materia, el dinero, el poder, la sensualidad, etc.; pero todos ellos son efímeros.
No existe felicidad duradera en las cosas externas a nosotros; la auténtica felicidad se encuentra en nuestro interior, en la capacidad de sentirnos plenamente realizados con lo que hacemos y sentimos; en no engañarnos a nosotros mismos.
La auténtica felicidad pasa pues por un trabajo interno que debe reflejarse en actitudes externas de compromiso, esfuerzo y práctica de la caridad con nuestros semejantes. Es en la práctica del bien, en el pensar cotidianamente en las necesidades de los demás, en aliviar el sufrimiento ajeno, en procurar dar esperanza ante el abatimiento, en facilitar la ayuda para el necesitado y tantas y tantas cosas donde podemos encontrar la felicidad interior que nos realice como personas y que se consigue a través de la práctica evangélica del "amor al prójimo".
No estamos reivindicando concepto religioso alguno, simplemente esbozamos el método y código más acertado que existe para procurar que las relaciones humanas se vean desprovistas del rencor, el odio, el egoísmo y los intereses materiales que generan conflictos, dolor y desesperanza entre los hombres.
Es simplemente aplicar la mejor terapia que haya existido nunca para el espíritu humano; la terapia del amor que le acerca y le pone en sintonía con su Creador: Amor Absoluto; y que nos permite reconocernos en paz y armonía con el universo y con nuestros semejantes.
Es la terapia del bien, de la caridad y de la fortaleza interior, capaz de desenvolver las más arduas tareas, los retos más imposibles, porque detrás de ello se encuentra la fuerza de la fe en Dios y la claridad y el amparo que propicia el plano espiritual a todo aquél que camina por la senda marcada por las leyes divinas.
La fe se convierte así en una práctica del Bien que genera el valor más preciado para el hombre; el de su felicidad interior.
Es ésta la fórmula mágica que nos acerca a Dios, que reafirma nuestra condición de espíritus eternos en la búsqueda de nuestra perfección. Es la clave para permitir que nuestro espíritu se abra paso firme ante las fuertes tendencias de nuestra materia.
Es así como la ética y
la moral se convierten en una misma cosa: la delicadeza y sensibilidad
de los espíritus elevados que vibran en amor y pasan por la vida
dejando una huella indeleble que se convierte en ejemplo de conducta para
los demás.