OCT-99 Nº 207 |
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Y el dolor para con todo y con todos, pues el egoísmo cierra nuestros ojos ante el dolor ajeno, nubla nuestra mente hasta volverla el centro del universo y nos aleja poco a poco, paulatinamente de los rasgos de humanidad que todo ser humano tiene por su condición espiritual.
El dolor que provoca el esta traba moral es también de diversa índole, pues no cabe duda que, en el origen de las desigualdades humanas, de las guerras, de las injusticias, de las hambrunas, etc., siempre hay una base de egoísmo provocada por el hombre que ambiciona más y más poder, más y más riquezas, más y más dominio sobre el prójimo.
También existe un dolor profundo que provoca este defecto y que muchas veces no somos conscientes de ello. Cuando el espíritu humano tiene la lucidez de comprobar que este error domina sus actos, suele reconocer sus errores y darse cuenta del tiempo perdido y del daño que ha causado a su prójimo. Tristemente, el ser humano se vuelve consciente de esta circunstancia cuando llega a la otra vida y en estado espiritual vislumbra sus equivocaciones.
Otro de los errores a los que nos conduce es privarnos de la auténtica felicidad; pues sabido es que, el ser humano que es altruista encuentra la felicidad en darse a su prójimo, sintiendo por ello una satisfacción interior plena que recompensa su esfuerzo y su sacrificio con creces.
El egoísta no puede sentir esa felicidad interior pues ignora los beneficios que ésta proporciona y la armonía que genera en el interior del espíritu que cada vez se vuelve más humano, más sensible ante el amor al prójimo y por tanto más cercano a Dios.
Combatir esta imperfección es tarea difícil porque este defecto moral se encubre muchas veces con otras actitudes que nuestra sociedad tolera como positivas; actitudes como el amor propio para uno mismo, el orgullo que roza la soberbia y tantas otras, son egoísmos encubiertos que mal entendidos nos hacen retrasar enormemente nuestro adelanto evolutivo.
A pesar de ello, este defecto se combate con el altruísmo, el desinterés, el pensar en los demás antes que en uno mismo, en procurar hacer el bien allá donde podamos y donde nos encontremos, en practicar la caridad como ejercicio sublime que des-tierre este defecto tan pernicioso para la evolución humana.
La insolidaridad no es más que una pequeña expresión del egoísmo humano que nos vuelve insensibles ante las necesidades de nuestro prójimo. Hoy día las grandes necesidades que existen en el planeta entran a diario en nuestras casas a través de los medios de comunicación. Lejos de posibilitar una mayor sensibilidad humana ante las desgracias, a veces ocurre que, la persona se vuelve apática ante tanta desgracia, y lejos de proponerse una ayuda en acción para aportar aquello que le sea posible, aflora su egoísmo revestido de comodidad que le lleva a decir: "son tantas las necesidades que nunca podrán solucionarse" y entonces se adopta una actitud pasiva.
Todo ser humano es responsable de esta actitud, es preciso ayudar, practicar la caridad, aportando cada cual aquello que le sea posible, su trabajo, su esfuerzo, su dedicación, su tiempo, etc.. Todo vale con el fin de ir dominando y combatiendo esa tendencia interna que nos lleva a la exaltación de nuestro "YO" y que nos inclina a pensar sólo en nosotros.
El día que los hombres de este
planeta destierren y venzan esa tendencia que nos atenaza, un nuevo horizonte
lleno de espectativas y de esperanzas se abrirá para esta humanidad.
No nos quepa duda de que la máxima de Cristo “Ama a tu prójimo
como a ti mismo” es la clave que aniquila el egoísmo.
que los del egoísmo. Concepción Arenal |