DIC-99 Nº 209 |
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Esta solidaridad que se traduce en altruismo no sólo es un deber de todos los que mantienen una creencia en Dios y en unas leyes que dirigen la evolución humana sino que es la práctica de la caridad cristiana que con su ejemplo Jesús dejó como huella indeleble en la tierra.
La solidaridad material es muy importante pues son las obras que hacemos a favor del prójimo las que nos acercan a Dios y sin duda la actitud y el empeño con el que éstas se produzcan servirán para nuestro progreso evolutivo en mayor o menor medida.
Hay quien realiza obras de caridad como mero efecto de propaganda, para garantizarse un reconocimiento social o para mitigar los remordimientos de conciencia por actuaciones que simultáneamente está efectuando y son contrarias a la ley de Dios. En estos casos la fuerza de la acción es importante para el que recibe esa ayuda pero no lo es tanto para el que la realiza pues sus intenciones lejos de ser altruistas son propiciadas por el interés o el egoísmo.
Sin embargo existen millones de personas que colaboran en asociaciones humanitarias, que ponen su tiempo, su trabajo, su dinero, sus esfuerzos en intentar paliar necesidades de primer nivel como la pobreza, el desarraigo, la marginación, y tantas y tantas taras sociales que padece nuestro mundo actual.
Cuando esta acción se realiza por el deseo de practicar el bien, de colaborar a mitigar el dolor ajeno, sin duda, está creándose un fuerte vínculo de amor que Dios premia multiplicando los dones, la fuerza y las capacidades de aquellos que trabajan en su obra.
Este importante aspecto de la intención con que se realizan las obras de bien tiene también su extrapolación a aquellas personas que practican la caridad espiritual. La asistencia y el auxilio a personas que están a punto de marchar al otro lado de la vida.
La asistencia y el auxilio a aquellos que habiendo pasado al otro lado de la vida siguen errantes y necesitan claridad para dirigir sus pasos, etc. Son aspectos importantísimos donde la caridad juega un gran papel pero donde la intención, la fuerza de nuestro pensamiento y el sentimiento que pongamos en ello, redundará positivamente en beneficio de muchos y, al final, en nuestro propio beneficio espiritual de progreso y evolución.
Es la solidaridad uno de los valores de referencia del tercer milenio; un valor en alza que sin duda llamará poderosamente la atención de los que desean luchar por una sociedad mejor: más humana, menos materialista, más altruista.
El gran filósofo francés Allan Kardec decía en su codificación: "Fuera de la Caridad no hay salvación". Con ello se refería al respaldo que toda idea de bien necesita de la práctica de las obras para que se consolide, si no es así, tarde o temprano cualquier filosofía o religión terminará por diluirse en el tiempo, pues serán cuerpos doctrinarios carentes de base moral y de fortaleza que les permita resistir.
Las obras y la solidaridad que estas
propugnan son la base firme donde se asientan las ideologías del
bien; todas ellas destacan por encima de las demás pues los hombres
y mujeres que las desarrollan son capaces de demostrar su fe a través
del amor a sus semejantes. Tal ejemplo es indestructible.
no puede haber justicia. San Agustín |