|
|
|
|
Analizando la palabra perdón, podemos hallar en ella infinidad de términos implicados que conforman su contenido: renuncia, amor, comprensión, ofrecimiento, aceptación, humildad...
Cuando alguien nos causa algún perjuicio, nuestra primera reacción, no consiste ni mucho menos en pedir explicaciones de forma calmada, sino al contrario, centramos toda nuestra ira y enfado sobre esa persona, e incluso mantenemos ese afán por encontrar una oportunidad de venganza. A veces acumulamos a lo largo de nuestra andadura tanto peso originado por ese rencor, que se hace más arduo el camino. Esto nos tiene que hacer pensar en que los verdaderos responsables de las dificultades que se presentan somos nosotros mismos.
Es preciso una renuncia de todos aquellos aspectos que no nos permiten afrontar estas situaciones con equilibrio y sensatez, el egoísmo nos impedirá ver los hechos como realmente son, enfocándolos desde un prisma personal, ante el cual no daremos opción a los demás a equivocarse, manteniendo la creencia de que sólo nosotros podemos hacerlo.
El amor es el auténtico productor del perdón, quien perdona con el corazón no da cabida a sentimientos de odio que puedan desarrollar deseos de represalia.
El perdón no es una forma de dejarnos avasallar a través de actuaciones de agravio contra nosotros, sino una posición de humildad de la que partimos, para dar a conocer a los que nos ofenden una nueva manera de luchar, de conseguir la paz interior, la tranquilidad de haber dejado en el camino una gran carga que no nos iba a reportar nada bueno.
Albergar sentimientos de odio y rencor hacia la persona que nos ha causado daño, nos hace más pequeños e indefensos, y si no somos capaces de desecharlos a tiempo, posiblemente nos supondrá un gran estancamiento. Una respuesta de amor y perdón ante cualquier ofensa, es nuestra más preciada arma de defensa, y lo que prima en todo esto es, sin duda, la oportunidad de ofrecer a nuestros semejantes una alternativa más pura y certera.
Hemos de tener en cuenta en todo momento, que nos hallamos en un mundo de expiación y prueba, por lo tanto todos somos espíritus en evolución, esto quiere decir que cualquiera de nosotros podemos cometer errores, no obstante, nuestro deber es aprender de ellos, por esta razón no somos nadie para reprochar las equivocaciones de los demás. Algo que nos puede ayudar a ver la situación desde otra perspectiva es poniéndonos en el lugar de la otra persona, y en este caso no nos puede resultar muy difícil porque ¿quién no ha causado nunca algún daño?, y ¿no nos gustaría que estos fueran olvidados y perdonados?
La aceptación será buena consejera en estos casos, pues es la que nos hace comprender que todos somos iguales ante los ojos de nuestro Padre, ni mejores ni peores, por este motivo no podemos emitir juicios de las personas, de su manera de ser, sino que debemos aprender a valorar aquellos aspectos positivos, aceptando aquellos otros que no lo son tanto, sin excluir a nadie por la mera apariencia o por cometer un simple error.
Un último apunte que quiero hacer constar, es que de nada vale decir "te perdono" si realmente no lo sentimos así, no podemos engañar a nuestros compañeros, y mucho menos a nosotros mismos, a nuestra conciencia, el perdón se da de corazón, sin guardarnos por muy pequeña que sea, esa espinita clavada que nos recuerda una y otra vez el agravio y que es generadora de malas vibraciones con nuestro entorno. Si no somos capaces de perdonar de corazón, es hora de ponernos manos a la obra y realizar ese trabajo interno que requerimos con urgencia.