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Precisamente ésta ha de ser la razón que nos motive e impulse a conseguir una actitud esperanzadora y optimista, a mantener la firme creencia de que cuando una puerta se cierra siempre hay otra que se abre, reafirmándonos en que "la esperanza es lo último que debemos perder".
Muchas personas a lo largo de la vida pueden vivir experiencias que nos hayan causado desconcierto, provocando un estado de desánimo y una pérdida de confianza progresiva en sus capacidades, en sí mismo. Posiblemente haya sido resultado de un desajuste entre lo que esperaba de alguien o de algo, y lo que ha obtenido en consecuencia. Con cierta facilidad surge la desilusión pensando que todo será siempre así. Una postura, a mi parecer cómoda que a lo único que nos lleva es a dejarnos arrastrar por un derrotismo, y más aún al convertirnos en víctimas malgastamos las pocas energías que nos quedan en lamentaciones inútiles que no nos servirán en absoluto para salir de ese oscuro túnel en el que nos hallamos.
Esta forma de afrontar las vivencias, no es la más acertada pues en estos casos, la inseguridad, se apodera de nosotros, haciéndonos caer en sus garras, con la única intención de que no recuperemos nuestros ánimos, ni siquiera para poder dar un paso hacia adelante. Si ante cualquier situación adversa que nos acontece, respondemos con inseguridad y desconcierto, es quizás porque anteriormente no hemos cimentado bien las bases que sustentaban nuestras creencias; además un axioma elemental que viene implícito en el concepto de esperanza, es que nunca cabe la posibilidad de perderla, pues ésta siempre ofrece la oportunidad de cambiar nuestras expectativas, por otras mucho mejores, que nos facilitará encontrar una nueva motivación que nos impulse a conseguir nuevas pretensiones.
Hoy en día, la humanidad busca únicamente el modo de satisfacer sus deseos materiales, vamos trazándonos metas y cuando ya las hemos alcanzado queremos llegar más alto en la escala social. Es un vivir anclado siempre en sentimientos egoístas, un continuo insistir en que podemos abarcar más, creyendo en una felicidad de éxitos materiales, algo tangible que nadie nos puede arrebatar, sin embargo, nunca podemos saciar nuestros deseos, y esa ansiada "felicidad" nunca llega.
En esos momentos fatídicos, cuando vemos insatisfechos nuestros anhelos, ese estado feliz "aparente" se vuelve en contra nuestra, momento en el que vislumbramos que las cuestiones materiales no pueden llenar nuestro interior. No podemos esperar, por tanto nada óptimo de cuestiones tan superficiales, sin embargo si nos trazamos metas espirituales, podremos hallar mayor nivel de satisfacción cuando éstas sean logradas, y esto servirá de incentivo para lograr nuevos objetivos con un valor mucho más significativo y trascendente.
Para una persona que alberga esperanza no hay límites, no encuentra obstáculos demasiado grandes, y va siempre contagiando su ilusión, transmitiéndola con espíritu luchador, entusiasmo y alegría. No es que busque continuos retos simplemente para demostrar su autosuficiencia, sino que posee otra amplitud de miras, aprende a dar la justa importancia a los acontecimientos que surgen en su andadura y no se desmorona fácilmente.
La esperanza es un valor que debemos
alimentar día a día, pues es aquella que nos va a dar seguridad
y certeza de que nuestros propósitos, marcados en el presente, se
van a cumplir en un futuro no muy lejano. Nos ayuda a descubrir que aún
cuando parece estar todo perdido, siempre hay un destello de luz al otro
lado, que nos indica todo lo contrario, que nos permite reconstruir nuestros
esquemas, ayudándonos a ver con claridad que aún tenemos
muchas cosas por las que luchar, que nuestros sueños no se han desvanecido
por completo, y finalmente, que tenemos la oportunidad de ver la vida con
un color diferente...