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Quizás seguimos muy al pie de la letra los patrones que rigen este mundo, sin pararnos a pensar en las consecuencias que nos va a deparar este comportamiento desde el punto de vista espiritual. Es cierto, que cualquier aspecto material que queramos alcanzar, nos va a reportar un "premio" inmediato, consecuente al esfuerzo realizado, cuando por fin lo obtengamos. También es verdad, visto al contrario, que esta humanidad sólo pretende llegar a sus metas propuestas, porque sabe que allí les espera algo que les causará satisfacción y les aportará ese beneficio material tan ansiado por todos. Es decir, todo gira entorno a nuestro propio bienestar, llegando a la conclusión de que detrás de una buena acción existe un interés, un reconocimiento por parte de los demás de lo que hemos realizado.
¿Cuántos seríamos capaces de renunciar a nuestros gustos personales, por ayudar a alguien que lo necesita, si sabemos de antemano, que esa persona no va a poder devolvernos ese favor, como nosotros esperamos? Sería arriesgarnos demasiado ¿no?, primaría la protección de nuestros intereses materiales, antes que "lanzarnos" a contribuir en una buena obra de caridad de la que no vamos a obtener nada (hablando en términos materiales, claro).
Pero, ¿y si en lugar de dejarnos llevar por este razonamiento, escuchamos la voz de nuestro corazón? Seguramente él no busca la admiración de la gente, ni tampoco la obtención de riquezas tangibles, tan sólo la felicidad, por haber logrado la felicidad de los demás, la tranquilidad, por haber hecho lo que su conciencia le dictaba... Es posible que a veces, necesitemos de un análisis de la situación, es decir, nuestro corazón siempre debe ir acompañado de un buen uso de la razón, pero ésta última debe alejarse de todo interés personal, siendo prioritarias las necesidades de los demás antes que las nuestras propias.
Aquél que espera siempre "la devolución" de sus buenas obras, o simplemente se dedica a difundir en voz alta lo que hace por los demás, con vistas a que la gente sepa admirarle y aplaudirle como se merece, debe saber que sus acciones desde el punto de vista espiritual carecen de valor. Sin embargo existen personas, que parten de una humildad absoluta y van caminando en silencio realizando todo cuanto está en sus manos en beneficio de sus semejantes, trabajan buscando, no la aprobación de los que le rodean, sino su propia aprobación interna.
Ponernos en el lugar de los demás, será algo que nos ayude a desarrollar este valor tan preciado en los tiempos en que vivimos actualmente, poder captar a la perfección lo que la otra persona siente, nos impulsará a ceder nuestra mano, sin "cobrar" el esfuerzo que realicemos para ello, pues nuestra única intención será aliviar lo antes posible su situación.
En este sendero, es importante
aprender y adquirir nuevos conocimientos que nos faciliten dar pasos firmes
y seguros, para ello cada experiencia nos ofrece una oportunidad de cambiar,
de ser mejores, oportunidades que no podemos dejar pasar inadvertidas.
Ofrecer a los demás, sin esperar nada a cambio debe ser una práctica
diaria, una actividad constante, supone una renuncia a nuestras preferencias
y a la vez una total predisposición y dedicación para ayudar
al prójimo pero, todo esto merecerá realmente la pena. Nuestro
mayor éxito, será sin duda nuestra satisfacción interna
y la felicidad provocada en los demás.