AGO-99 Nº 205 |
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Si durante esa visión introspectiva hallamos resquicios que no nos benefician en absoluto, de los que no nos habíamos percatado, dada nuestra ceguera o porque las experiencias aún no propiciaron que salieran a la luz, no tenemos que hundirnos, sino coger fuerza, reconociendo los fallos cometidos encontrando la manera más eficaz de eliminarlos. No es cuestión de remodelar nuestros hábitos y costumbres externas, pues estaremos ofreciendo una fachada muy diferente a lo que somos en realidad, sino profundizar y trabajar en esos defectos, en nuestro interior, incrementando los valores positivos y eliminando lo que de verdad nos entorpece.
Tampoco podemos revelarnos ante la evidencia sin querer saber nada, ignorando el panorama que se nos presenta, pues querrá decir que no estamos dispuestos al cambio, y si no existe esa voluntad de renovación interna, permaneceremos anclados en nuestros propios defectos.
En muchas ocasiones, solemos fijar nuestra mirada en los demás, localizando los errores que cometen, manifestándonos intolerantes y nada indulgentes ante las opiniones y actuaciones ajenas, somos los primeros en lanzar una crítica, no con el propósito de construir y dar consejo, sino para demostrar prepotencia haciendo que la otra parte se sienta intimidada e inferior. Aprovechamos cualquier oportunidad para decir: “Te has equivocado”. Sin embargo a la hora de emprender el conocimiento de nosotros mismos, nos mostramos mucho menos exigentes, buscamos motivos absurdos para excusar nuestro comportamiento, porque al fin y al cabo se trata de nosotros y es lo único que nos importa. En definitiva, mantenemos la idea de que nosotros nos podemos confundir y equivocar, pero nos enojamos mucho cuando los demás lo hacen, y en muchas ocasiones no somos capaces de comprender ni perdonar. ¿No es esto verdadero egoísmo?
De esta forma no conseguiremos nada, estaremos acomodados en una posición poco beneficiosa para nuestro progreso, mientras estemos pendientes de lo que los demás hacen o dejan de hacer, no veremos lo que nos falta a nosotros por pulir.
Realizar un balance diario, observando si nuestra conducta se adapta a los conocimientos que nos aporta el mundo espiritual, y más aún a lo que nos dicta nuestro corazón, será muy positivo para tener un pleno conocimiento de nuestro interior, es un ejercicio que precisa de constancia, y sobre todo de renuncia a muchos aspectos de nuestra personalidad que nos hacen incidir en error una y otra vez. La aceptación y reconocimiento de nuestras facetas internas será un primer paso importante para comenzar el largo camino del aprendizaje, después de este paso, vendrá el verdadero trabajo, la lucha con nosotros mismos. Es imprescindible partir de una realidad, y es que si estamos aquí, en este mundo de expiación y prueba, es porque no somos perfectos y tenemos una oportunidad grandísima para aprovechar en esta existencia, por tanto dejémonos de entretenernos en cuestiones de poco interés, como son los aspectos materiales, y vamos a preocuparnos más por hacer uso de la materia que poseemos a favor de nosotros mismos (eliminando los defectos) y por consiguiente a favor de esta humanidad.