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Valores como el altruismo, la solidaridad... van perdiendo puestos en la escala de esta sociedad, encontrando otras alternativas basadas únicamente en el bienestar personal, en la propia conveniencia, provocando una lamentable desestructuración en todos los ámbitos, pero sobre todo en aquél que engloba aspectos morales y solidarios, que es el más dañado y olvidado por todos.
A menudo nos centramos en nuestro "yo" sin dar cabida a mostrar la más mínima preocupación por los problemas o situaciones adversas que atraviesan personas ajenas. Quizás no estemos lo suficientemente próximos a esa realidad atroz para poder captar el significado de la misma con igual intensidad. Mientras a nosotros no nos afecten, adoptamos una postura cómoda que nos impide colaborar para ayudar en lo posible, y esta es la triste identidad por la que se caracteriza esta sociedad.
La solidaridad adquiere una dimensión claramente humana, y entonces ¿hasta qué punto nos podemos considerar como humanos, si a la hora de la verdad no sabemos comportarnos como tales?
Cuando ser requiere de asistencia inmediata, no solemos ser los primeros "lanzándonos" a contribuir en el hecho de la forma más altruista y desinteresada, sino que tomamos nuestro tiempo premeditando si nos conviene o no y en qué medida van a salir perjudicados nuestros bienes más significativos. Y desde luego dependiendo de la renuncia que vamos a implicar en esa acción, tomaremos una posición "altruista", aunque yo la describiría mejor como "sentimentalista", o por el contrario acudiremos al autoproteccionismo.
Para que la solidaridad se lleve a cabo se necesita de una concienciación general, estar abiertos a la generosidad y sobre todo no permitir que nuestro egoísmo cegador nos cierre los ojos ante las desaveniencias que están sufriendo los demás. Conlleva además un abandono integral de posturas acomodaticias que siempre se sitúan en favor de lo que nos beneficia y una entrega a los demás, procurando en todo momento la felicidad de los otros, lejos de ambiciones y poder.
La solidaridad la puede ejercer cualquier persona en base a su capacidad de ofrecer sin esperar nada a cambio. No es requisito imprescindible ni mucho menos la posesión de riquezas y dinero para cederlos y así culminar de una forma "maravillosa" nuestra buena acción del día, pues simplemente con un gesto de comprensión, de apoyo, de cariño puede resultar más que suficiente para despertar la ilusión a cualquier persona. No podemos hablar por tanto en términos materiales, pues estaríamos limitando su alcance que ante todo debe ser espiritual.
En la conciencia de esta humanidad el vivir felices, alimentándonos de la felicidad que podemos provocar en los demás resulta algo utópico y absurdo. La razón estriba en que una sociedad materialista sólo puede implantar una serie de normas destinadas a creer más en la autosuficiencia de cada uno y también a cerrar un círculo en los que se engloben a cada ser con sus pertenencias, con sus problemas y sus propios recursos para la solución de los mismos.
Es preciso una unión de ideas, un respeto por la opinión y pensamientos de los que nos rodean y una globalización del concepto de solidaridad, como un tesoro muy preciado del cual nos podemos valer para evitar el sufrimiento de mucha gente. Esto desde luego ha de implicar renuncia a nuestros intereses particulares en beneficio de los intereses de una colectividad, y sobre todo ha de ser un esfuerzo constante e incansable, pues de lo contrario tan sólo quedarán en simples intenciones sin llegar a su completa realización.
La empatía desempeñará
un papel fundamental en el desempeño de este fin, pues si tenemos
esa capacidad para ponernos en el lugar de la otra persona: de percibir
y comprender correctamente lo que piensa y lo que experimenta, sentir como
ella... querrá decir que nos encontramos mucho más cerca
del problema, y más aún de la persona, cuando participemos
en el estado de ánimo y en la realidad ajena, podremos ver las cosas
de una manera que seguramente nos llevará a colaborar y aportar
lo máximo de nosotros.