ENE-00 Nº 210 |
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y del mismo pastor |
La ostentación es propia de los que nada tienen que ofrecer sino ésta que los caracteriza.
La empatía no es sino la soberbia altiva de los débiles.
El orgullo es la vanidad de los desprovistos de una auto-crítica racional.
La indiferencia es la insensibilidad por el bien estar del prójimo, en especial de los pobres.
El amor propio excesivo es un sentimiento esdrújulo que lleva al hombre insensato a querer aventajar a su semejante, para que éste no pueda herir su supuesta sensibilidad humana.
La irreverencia y la falta de respeto ostensiva es la integridad distraída.
El menosprecio refleja la inferioridad moral y espiritual de aquél que desprecia.
La humillación es el látigo contundente de los despreciadores hasta en los más mínimos detalles de los valores humanos.
El desprecio y el envilecimiento que deprime, que menosprecia, que humilla, llevando al circunstante, al ostracismo y al abatimiento.
La venganza es el arma de los espíritus inferiores que no aceptan una pérdida, lo que expresa la extrema vulgaridad de su gesto.
La vindicta, hermana gemela de la venganza, refleja los más bajos sentimientos de represalia con una pelea por una supuesta ofensa, o por una reacción o forma de actuar ofensiva.
La inamistad y la aversión o malquerencia brotada de los corazones empedernidos.
La incomprensión es la inhabilidad de los rústicos incapaces de comprender todo aquello que es humanamente comprensible.
El odio es el sumun de la inamistad, del rencor y de la empatía que se genera en el corazón del hombre que aún se encuentra moral y espiritualmente desprovistos de los mejores sentimientos y de las más nobles virtudes.
Estos son algunos de los muchos sentimientos negativos que, abundantes, afluyen como torrentes del invierno en el corazón de los hombres. Forman una especie de hoguera cuyas llamas ardientes avanza en la atmósfera del alma humana de quien las lleva consigo como armas defensoras. Son como focos ígneos que quemando con el abrasamiento de las energías negativas de las cuales esos mismos sentimientos son conductores, aniquilan al mismo tiempo los tenues brotes nacientes que surgen como hilos de los albores de las virtudes.
Esos sentimientos que los espíritus vulgares consideran el estatus de su supuesta e intocable personalidad, no son sino claros vestigios de sus flaquezas etico-morales y religiosas.
¡Esas criaturas nos las encontramos día a día. Réstanos como sus hermanos en Cristo, rogar al Señor por ellas para que se tornen, en el futuro, ovejas recuperadas del mismo redil y del mismo PASTOR!
Por otro lado, observando a las personas equilibradas y sensatas, constatamos el comedimiento en las acciones, la simplicidad, la humildad, la afectividad, la abnegación, el afecto, la amistad, la fraternidad y el amor.
Son tantos los sentimientos nobles que brotan del alma humana que el propio hombre debía de mirar para lo Alto y agradecer a Dios.
Quien ya posee un alma que hace brotar dentro de sí esos sentimientos que lo califican delante de Dios, debe procurar conservarlos en su corazón. Porque éste es el cofre del alma. Es lo que ella siente, no sólo lo transmite, mas lo hace fiel depositario. Y ese corazón va recibiendo de los impulsos psíquicos que, como transmisores de emociones y sentimientos, hacen exhalar en el atmósfera del alma una fragancia maravillosa de efluvios bienhechores.
Todo sentimiento de virtud es como un fruto del alma para el corazón, tornándose cada vez más receptivo a esa maravillosidad psíquica que ambos, corazón y alma, disfrutan con una acción simbólica de sí mismos. Por eso nos dijo el Dr. Bezerra de Menezes:
"Cuerpo y alma, espíritu y materia,
nacen separadamente, más hay entre ellos lazos que hacen, que las
manifestaciones de la una se transmitan al otro".
Revista "FRATERNIDADE" - nº 426 - Escrito: J. Humberto F. Sobral.