JUN-99 Nº 203 |
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Y si empezamos por sacar provecho de esta facultad tan importante, comprenderemos fácilmente, que el ser humano fue diseñado por su creador para vivir en sociedad, para compartir con los demás todo lo que posee, incluyendo su propia vida. Ningún sentido tendría, estar rodeado de riquezas y poseer sabiduría e inteligencia, teniendo que vivir solos y aislados, sin poder compartirlo con nadie.
Partiendo de esta premisa, debemos pensar que la mayor parte de nuestras acciones deben de encaminarse a cultivar esa convivencia en común. Que cuando elaboramos algo útil con nuestras manos, cuando hablamos con los demás, cuando escribimos, en resumen, cuando a través de nuestras actuaciones, proyectamos hacia el exterior algo de lo que llevamos dentro, que lleve la finalidad de servir y ser útil a los demás.
Teniendo en cuenta que esto nos implica también en otro sentido, que es ponernos a su disposición, en cuanto a la opinión y al juicio que les merece nuestras formas de expresión y nuestra manera de actuar. Es lógico que a todos nos agradaría proyectar buena imagen y dejar buena impresión, al realizar ese conjunto de manifestaciones que de algún modo son nuestra carta de presentación, aunque no siempre logramos que se cumplan nuestros deseos.
Pero si intentamos profundizar sobre el tema, sacaremos en consecuencia, que aún partiendo de la base de obrar de buena fe, no siempre se responde a un mismo comportamiento, acusando a veces altibajos y desequilibrios en nuestras actuaciones, las cuales, al ser analizadas posteriormente por la persona en cuestión, reconoce que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, lo que le viene a producir, cierto malestar interior.
Pero como la vida sigue, hay que seguir adelante. Como dijera el poeta Tagore, “Si lloras porque has perdido el Sol, las lagrimas no permitirán que veas las estrellas”. Yo, desde estas líneas, y reconociendo mi situación de desventaja a la hora de aconsejar, quiero insistir en que debemos aprovechar las facultades concedidas, utilizando la inteligencia y evitando tropiezos en el camino. Pero, si lamentablemente estos se producen, debemos aprender de ellos, aprovechando al máximo esa quinta-esencia, esos valores que emanan del sufrimiento que producen nuestros errores.
Porque, como dijo un gran Maestro, “del
sufrimiento nace la experiencia”.