SEP-99 Nº 206 |
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Por cierto, que cuantas más limitaciones o más inconvenientes tenemos para nuestro desarrollo normal como personas, más necesario es ese afecto, y mucho más lo agradece la persona que lo recibe. De ello podemos dar fe todos los que, por ciertas circunstancias, o por el momento histórico que nos tocó vivir, nos faltó entre otras cosas, el escudo protector que supone la atención y el cariño de los padres, a la hora de dar esos primeros pasos que nos ponen frente a frente ante la realidad de la vida. Pero al fin y al cabo, esto son hechos que pertenecen al pasado, que ya sólo viven en el recuerdo.
Aunque si hurgamos cada uno en nuestro propio interior, todos vamos a encontrar hechos y pasajes de nuestra vida, que nos confirman la existencia real de unos valores que solamente son perceptibles en el alma, que es la que los sabe comprender y valorar. Por eso, si levantamos la vista con la intención de abarcar un plano más general, comprobaremos fácilmente que todos necesitamos de la colaboración y el estímulo de las personas que nos rodean. Todos necesitamos de esa corriente de energía espiritual, que llega hasta nosotros procedente de aquellas personas a las que nos sentimos unidos sentimentalmente, sin las cuales, la vida no tendría sentido, ni valdría la pena vivir.
Pero esa planta que florece en el alma,
por expreso deseo del Creador, es tan deliciosa y bella, como sensible
y delicada. Y somos nosotros a título personal, los encargados de
prestarle la atención que merece, para que ésta se mantenga
fresca y virtuosa y cubra los fines para los que fue creada. O dicho de
otro modo; para recibir de los demás ese apoyo leal y sincero, como
soporte básico para la estabilidad y el equilibrio de nuestra vida
interior, somos nosotros los primeros que tenemos que prestar esa atención
sana y desinteresada, para que ésta surta sus efectos y repercuta
en bien de las demás personas. Además, los que tenemos cierta
edad, consideramos porque así lo confirma la experiencia, que esa
paz y ese bienestar interior al que todos aspiramos, que podríamos
definir con el nombre de felicidad, sólo se consigue en la medida
que nosotros colaboremos, para que esa paz y esa felicidad tenga vigencia
y sea una realidad en la vida de los demás.