NOV-99 Nº 208 |
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Muchos de nosotros, cuando nos sentimos presionados por circunstancias adversas, tenemos la tendencia natural de huir.
A veces, cuando se nos presenta una situación para la cual no vemos salida, nos gustaría que el suelo se nos abriese bajo nuestros pies y se nos tragase definitivamente. Mas, como eso no ocurre, intentamos huir de varias formas.
Para algunos la salida es ahogar las amarguras en un vaso de bebida. Al fin pensamos, el alcohol perturba el psiquismo y encinta la mente, y temporalmente, la preocupación no nos hace sufrir.
Otros fuman un cigarro tras otro, en una tentativa frenética de liberarse de las ideas perturbadoras, como queriendo cubrirlas con abundante humo.
Otros, también, buscan las drogas más pesadas, capaces de anestesiar la mente y desviar el curso de los pensamientos durante algunos instantes.
Algunos van de compras intentando distraerse. Compran, y compran más, como si ocupando la mente con otras cosas pudiesen librarse de los problemas.
Otros viajan, se van bien lejos, buscando en la distancia física la tentativa del olvido de sus problemas.
Muchos, infelizmente, buscan la puerta falsa del suicidio, como medida más drástica, en un intento de apagar la mente de una vez por todas, para que nunca más puedan revivir las amarguras.
Si razonáramos lógicamente sobre el asunto, considerando la inmortalidad del alma, llegaríamos a la conclusión de que la huida de los problemas, es, no menos, una infantilidad de nuestra parte.
Nunca hemos tenido noticias de alguien que, tendiendo al uso de uno de esos artificios, haya logrado el éxito, consiguiendo que los problemas se diluyesen.
Tampoco el alcohol, el cigarro, los viajes, las compras y mucho menos el suicidio consiguen librarnos de las circunstancias desagradables que necesitamos afrontar con el semblante limpio y la mente lúcida.
Lo que puede suceder en todos esos casos, es el agravamiento de la situación, con nuestro comportamiento inconsecuente.
La mejor y más acertada actitud, es intentar serenar la mente para razonar bien y actuar mejor en busca de soluciones acertadas.
Cuando nos comportamos como niños rebeldes sólo tendremos, la postergación de los problemas que aguardan una solución, con el agravamiento provocado por nuestra propia rebeldía.
De esa forma, seamos cristianos también en las horas de prueba. Busquemos imitar al Maestro que decimos seguir, pues Él mismo sufriendo azotes e injurias, mantuvo la mirada serena y la mansedumbre en los gestos, mostrando sabiduría y lucidez ante las situaciones más difíciles.
En los momentos tormentosos, delante de los problemas graves, cuando nos venga el impulso de darnos a la fuga, detengámonos por algunos instantes.
Elevemos el pensamiento, buscando a Jesús en los parajes celestiales y reconfortémonos con Su abrazo afectuoso, junto a Su corazón generoso.
Si nuestra confianza es aún vacilante, pidamos ayuda al Hermano Mayor, que dijo que participáramos de Su carga que es liviana y que experimentásemos Su yugo que es apacible.
Actuando así, aunque no logremos la solución inmediata de nuestros problemas, tendremos la certeza: de que no los estaremos agravando aún más.
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“Espera al día siguiente, cuando éste se te presente sombrío y aterrador. Aguarda un poco más, cuando todo te empuje al desespero. Confía. Pues la Divinidad posee soluciones que desconoces para todos los enigmas de la vida. Ama la vida y vive con amor, a pesar de que a veces te sientas incomprendido, desilusionado y martirizado... Escucha la voz suave del Amable Nazareno al decir: nunca estarás solo.”
Extraído de MUNDO ESPÍRITA -
Agosto 1.999 - Nº 1381.