DIC-99 Nº 209 |
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"Quién pudiera asegurarme que mañana, o aunque fuera en un futuro lejano, yo pudiera volver a ver su rostro, a escuchar sus palabras, a sentir el calor de sus sentimientos"...
Callaba un instante y volvía a murmurar casi sin fuerzas:
"¿Por qué la vida es así de ruda, que cuando más uno necesita al otro, desaparece y las manos se quedan vacías?"...
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Con frecuencia estas palabras congelan las intenciones de consolar a cualquier mortal...
Sin embargo, si bien se ha dicho muchas veces que los conocimientos intelectuales son estériles en el momento en el que el dolor azota, no siempre es así...
El consuelo, para ser tal, apunta al corazón como principio, pero, para que no sea vano, se apoya en el sentido común, en la razón. Siempre algún hilo de la verdad deja el destino suelto, a nuestro alcance, para tirar de él e ir punto por punto entendiendo la trama de la vida.
La desesperación mayor de quien pierde a quien ama, de quien no puede verlo, tocarlo, escucharlo, es la obstinada idea de que jamás volverá a encontrarlo.
Si la Creación, si toda la maquinaria compuesta por los engranajes humanos, lubricada con los sentimientos y matizada con el material a elaborar, fuera simplemente porque sí, sin objetivos a largo plazo, sin oportunidades de perpetuar la grandeza de los sentimientos puros, ¿no sería muy cruel y mezquina la mano que haya dado origen a tal Creación?, ¿sería Dios menos previsor que un simple mortal que planifica y procura continuidad y lógica en su plan, asegurando el arribo a sus objetivos?, ¿creemos por ventura que el objetivo último de Dios es contemplar el panorama del desconsuelo de quienes no pueden reencontrar a quien aman?
Y ¿quién de aquellos que creemos que existe un Dios consideramos la posibilidad de que esté teñido por la mismas imperfecciones humanas como la crueldad, la imprevisión y el obrar arbitrariamente?...
Si entre los seres humanos procuramos aprender a prevenir, a cultivar y sostener los buenos sentimientos, a combatir con amor la crueldad aunque nos cueste mucho y aunque a veces no lo logremos, ¿sería menos el Padre?...
Tal vez haya llegado la hora de comenzar a escuchar con una apertura mental un poco menos estructurada y conservadora; tal vez esas investigaciones que parecen levantar el velo de vidas pasadas, en las cuales se guardan las causas de muchas situaciones actuales, no sea tan descabellada; tal vez la imagen medieval de la aterradora muerte, con el hábito negro, la guadaña y la sonrisa cruel, correspondan definitivamente a un pasado caracterizado por la infantilidad y el temor, superado por la búsqueda incansable de la lógica que sella al hombre del siglo XX.
Es cierto que cuando la muerte parece borrar presencias amadas, nuestra queja infantil grita: "que vuelva ahora si es verdad que sigue viviendo", y la capacidad de esperar y razonar empalidecen; pero, pero también es cierto que es muy consolador y reconfortante, interpretar la muerte como un viaje que, en próxima temporada, realizaremos hacia el mismo lugar para encontrarnos con quien partió antes.
Esto, a muchos les parecerá sólo una ilusión... Sin embargo, felizmente, gracias a quienes se dedican a la investigación del campo de la salud física y psíquica del ser humano, contamos, al presente, con el cuidadoso registro de innumerables experiencias, que han proporcionado datos, pruebas que ya no dejan duda acerca de la vida más allá de la vida, de la posibilidad de volver a nacer y de la importancia de modelar nuestra conducta dentro de las pautas del bien para obtener mayor felicidad y márgenes más amplios de libertad en esas dos vidas complementarias, que sólo se diferencian porque vestimos en un momento un cuerpo de carne y hueso, que, más tarde, lo dejamos, a modo de ropa que ya no nos presta ningún servicio.
Si hacemos un esfuerzo por mirar la Creación y los hechos que suceden en nuestra vida, con el condimento de la lógica y el sentido común, recordando la participación de un Padre generoso y bueno, tal vez las piezas del rompecabezas comiencen a encajar, el panorama se ilumine y la trama de la vida nos revele el secreto de los lazos que la tejen.
Extraído: Revista Juvenil Espírita Ovidio Rebaudi - Nº 177 -Septiembre-98. Dª. Iris V. Quintans Machado.”