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Si consideramos al discapacitado en su condición primaria de "persona", se hace innecesario enumerar sus derechos, el hacerlo, marcaría una diferenciación que no lo beneficia.
En general, tenemos una consideración especial hacia la persona con deficiencias físicas, sensoriales o mentales. Tanto, que hasta nos cuesta pronunciar las palabras: discapacitado, minusválido, deficiente, inválido, impedido, subnormal.
Remitiéndonos a Maud Mannoni, pensamos como ella que no aceptamos el nombre, cuando no aceptamos a la persona o a la circunstancia, cuando nos produce rechazo o dolor.
Sería necesario además, rever seriamente el concepto de normalidad, lo que probablemente haría cambiar nuestra valoración sobre las desviaciones.
"Encontrar un lugar para vivir será, tal vez, la tarea esencial y compleja que todo ser humano debe llevar a cabo, con o sin discapacidad física o mental, con mayores o menores dificultades, siempre desde un punto de vista particular y diferente para cada uno".
Si esto es así, el proceso de integración es más difícil aún para quien es ignorado o considerado como sujeto no válido por la sociedad en general.
Considerando que la historia de la atención solidaria a la persona minusválida es reciente, advertimos que se han hecho muchas cosas "para ellos". Es tiempo ya de que se hagan "con ellos". Lo que marcaría la diferencia entre vivir por uno mismo, sea cual fuere su circunstancia y vivir de la condescendencia de los demás.
Cuando reclamamos a la sociedad un lugar para la persona discapacitada, nos preguntamos si en la familia se lo damos. Si ser padres constituye la tarea más difícil y delicada, más lo es ser padres de una persona especial por sus características patológicas. La familia, para todo ser humano, constituye el elemento más importante y decisivo en su formación como persona.
Por esta razón, la sociedad, a través de los profesionales que forma y de las instituciones que crea, debe brindarle a la familia del discapacitado todo el apoyo material, psicológico y educativo, a fin de que los miembros que la componen puedan comprender el papel preponderante del afecto, la paciencia, la comprensión, el respeto y la responsabilidad intransferible que tiene el grupo familiar.
También debe ayudar a que se realice la detección precoz de algunas anormalidades y posibilitar los tratamientos de rehabilitación indispensables.
El éxito o fracaso de la tarea conjunta dependerá de los sentimientos que los padres hayan podido transferir al resto del grupo familiar, si lo consideran una carga, una oportunidad de ser solidarios, una posibilidad de aprender. Dependerá de los hijos no discapacitados, de lo que estén dispuestos a brindar de sí mismos. Pero también dependerá del propio discapacitado, de su voluntad, su deseo de vivir y su aceptación de las condiciones de vida.
Desde el punto de vista espírita entendemos la reencarnación como expresión máxima de la Ley de Justicia que permite compensar actitudes equivocadas, recomponer sentimientos, completar programaciones truncadas, estimular y desarrollar aptitudes o sublimar tendencias erróneas.
Resultaría imposible abarcar la amplia gama de patologías, de posibilidades y programaciones espirituales, pero nos atrevemos a suponer que en muchos casos de limitación acentuada, el espíritu prioriza el desarrollo afectivo como su único mecanismo para relacionarse con los seres que lo rodean, considerando además la posibilidad de que espíritus superiores elijan una encarnación con una minusvalía, a fin de impulsar el progreso de una familia y una sociedad.
Dar cabida en el seno familiar a un espíritu imposibilitado de manifestarse en plenitud, deja de significar un "castigo", una culpa, un problema, cuando comprendemos uno de los objetivos de la Ley divina: sensibilizar a la humanidad.
Esta humanidad que todavía necesita del dolor para despejarse de su egoísmo ancestral; para abrirse a las diferencias; para relacionarse de espíritu a espíritu, más allá de todas aquellas cuestiones que pudieran ser causa de distanciamientos para entregarse al desarrollo de la generosidad, el amor, la sencillez y la humildad y el reconocimiento y práctica de un objetivo transcendente en la vida.
(*)Maud Mannoni: Psicoanalista francesa, compañera y discípula de Jacques Lacan.