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Tener hijos, ser padres, es una función natural; pero hacer de ellos personas conscientes, responsables, honestas, solidarias, libres, es otra cosa.
Es que la labor educativa que se realiza en el hogar es intransferible e irreemplazable, porque toda conducción se graba en la psiquis del niño y cuanto antes y mejor nos preparemos y ocupemos de educarlos, mejor los estaremos capacitando para el progreso consciente y para la concreción de sus objetivos de vida.
Somos responsables ante Dios del cuidado y encauzamiento de esos espíritus que hoy son nuestros hijos y de los que somos sus "modelos naturales", por estar las veinticuatro horas influenciando sobre ellos directa o indirectamente, a través de la palabra o el ejemplo, de la presencia o de la ausencia.
Según Françoise Doltó: "Sólo se es apto para ser padre cuando se ha alcanzado el nivel necesario para asumir la responsabilidad de un ser diferente de uno mismo y que nunca nos pertenecerá".
Hace falta una gran madurez para ser capaz de ser padres, porque implica ser conscientes de que no se trata de una situación de poder, sino de una situación de deber y que no hay ningún derecho a esperar algo a cambio..."
Ser padres entonces requiere madurez. Madurez ante la comprobación no siempre grata de que el hijo no es como hubiéramos deseado, madurez para encaminarlo como él lo precisa y no como lo soñamos; madurez para la aceptación de que se independiza y nos necesita cada vez menos; madurez para organizar una vida familiar armónica y provechosa.
Madurez para brindarles disciplina oportuna, a la vez que ternura envolvente, firmeza a la vez que comprensión, encauzamiento de sus tendencias erróneas, a la vez que respeto a su personalidad. Es decir, conducción inteligente y amorosa, no carente de firmeza para desarrollar conductas, sentimientos, pensamientos.
Madurez para aceptar que tenemos más deberes que derechos, y entre esos deberes el de hacernos tiempo para leer, para el conocimiento de nosotros mismos, para reconcentrarnos y tomar contacto con nuestras planificaciones existenciales. Tiempo para la serenidad, la reflexión, la decantación, por ser estos procesos útiles a nosotros mismos y ejemplarizantes para nuestros hijos. Tiempo porque el hombre es el único ser de la naturaleza que se pregunta "¿para qué existo?"
Es el único ser que desde que nace tiene una finalidad, tiene fines, y muchas veces estos van mas allá de la muerte física. Pero estas últimas décadas proporcionaron al ser humano un gran progreso tecnológico, en detrimento quizás, de la esencia del hombre, de sus fines y necesidades espirituales; es decir, de nosotros mismos.
Entonces nos preguntamos: ¿Mi plan de vida incluye planes trascendentes? ¿Cuáles? ¿En qué orden? ¿Cómo es valorado por la sociedad lo trascendente y cómo lo material? ¿Qué valores transmitimos a nuestros hijos?, ¿quiénes los trasmiten?
Los valores y las valoraciones, son transmitidos por los adultos a las generaciones jóvenes. Y esos adultos somos también sus padres.
Pero la familia, ese núcleo social primario, ese núcleo evolutivo básico y natural que posibilito la evolución del hombre desde sus comienzos hasta la actualidad, se halla en crisis, al igual que la sociedad que la contiene. Esa familia, receptáculo de valores y responsable de su transmisión está en crisis, como las pautas de conducta que conformaba y los conocimientos que inculcaba.
¿Hay valores del pasado que debemos remover y otros que debemos rescatar? ¿Conviven dos morales: una la del hogar con sus normas de ética y otra la de la sociedad con sus reglas basadas en la competitividad , el éxito y el poder? ¿Nos hallamos los padres confundidos? ¿Se desvanecen nuestros esfuerzos, deseos y conducción, cuando nosotros o nuestros hijos nos sumergimos en la realidad social? ¿Cómo compatibilizar entonces nuestros anhelos, los principios morales que sostenemos y esa realidad a veces caótica, materialista, oportunista y contradictoria en que vivimos? ¿Somos una isla?
Encuestas realizadas a jóvenes y niños durante estos dos últimos años confirman que: "la principal aspiración de los jóvenes es a ser solidarios; pero desgraciadamente perciben que desde la sociedad se valora a las personas por el éxito económico en un 60 % y por su apariencia, su fama y su poder en un 40 %."
"¿No tendrán los adultos que replantearse sus mensajes?", se interrogan los encuestadores. Y agregan: los jóvenes "se sienten irrespetados en sus necesidades, y de allí su escepticismo y en cierto modo su cinismo frente al futuro de la sociedad".
Consultados a su vez sobre los valores políticos que deseaban, pusieron en primer término la honestidad y la ética, luego capacidad e inteligencia y en tercer lugar eficiencia y sensibilidad social".
Por su parte, María Saenz Quesada expresa: "Existen ejemplos de los remedios adoptados para corregir el rumbo de sociedades que aspiran a ser verdaderamente serias y confiables. Tiene que ver sustancialmente con valores éticos y compromisos de vida que integran una cadena solidaria para romper otra cadena", la del individualismo, la del egoísmo, la de la imagen o el materialismo.
Honestidad y ética por un lado, solidaridad y compromisos de vida por otro: valores esenciales para la transformación y el mejoramiento individual y social; valores todos que la familia tiene la oportunidad de transferir, y a los que la sociedad luego, deberá darles cabida. Y quizás sean esos jóvenes y niños quienes los hagan resurgir.
Pero nosotros, sus padres, debemos estar dispuestos a apoyarlos, avalarlos y acompañarlos con la palabra y el ejemplo de vida.
Estos y otros testimonios de diferentes fuentes y pensadores nos reafirman en nuestros principios: la importancia y la influencia que tienen las conductas éticas para la transformación moral del individuo y de la sociedad.
Por otra parte, los modernos conceptos sobre educación sostienen que la mejor educación consiste en enseñar a pensar y ayudar a pensar. Existe entonces, un instrumento que padres -y también educadores- podemos utilizar: crear e incentivar el pensamiento crítico.
Él nos permitirá enfrentar las crisis sociales o de vida con discernimiento, para que el mundo que leguemos y compartamos con nuestros hijos no sea sólo el mundo de la imagen sino también el del esfuerzo y el trabajo, la honestidad y la solidaridad, el renunciamiento y la responsabilidad.
Sólo cuando el ser humano asuma su proyecto de persona integral, es decir, ser lúcido protagonista de su destino inmortal, iremos encontrando el camino, o los caminos, para llegar a esas metas, a esos fines trascendentes, no tan lejanos.