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El carácter es una parte importante en la formación de la personalidad humana. Aunque también es algo que se debe controlar, es decir, a veces en un sentido coloquial decimos, esta persona tiene mucho carácter, pero es conveniente saber qué hay en el fondo de ese carácter.
Se confunde en muchas ocasiones el carácter con el orgullo y el amor propio. La única forma de diferenciarlo considero que es remitirnos a la base espiritual que la constituye las cualidades de la persona. El carácter, si es positivo, distingue al individuo, por una estabilidad en su forma de ser, no va allí donde el viento sopla más fuerte, tiene su propio criterio que lo extrae de su análisis y razonamiento, aunque esto no le impide aparcar sus pensamientos y aceptar el análisis de otras ideas para quedarse con lo más apropiado antes de tomar una decisión. No se deja llevar por el qué dirán, ni por prejuicios o convencionalismos. Sabe mantenerse firme siempre que considere estar acertado, no cediendo a ninguna clase de presiones o amenazas. Respeta todos los puntos de vista y formas de proceder dejando a cada cual actuar según su libre albedrío. Tiene un grado de madurez que le da un equilibrio y paz interior. El resultado de todo esto es que se convierte en una persona sociable, agradable a los demás, seguro de sí mismo, y por tanto capaz de ayudar a sus semejantes en sus realizaciones y actividades cotidianas, ya que se hace digno de su confianza y de seguir sus pasos.
El carácter, bien entendido, no tiene nada que ver con la intransigencia, la tozudez, imponer el punto de vista particular sin respetar lo que opinen los demás, hacer siempre lo que uno quiere sin pensar si puede resultar molesto e incluso desagradable, ser violento y hasta a veces agresivo. Muchas de estas cuestiones salen a relucir cuando decimos, "tiene un carácter muy fuerte", más no le echemos la culpa al carácter. Cada persona es responsable de sus obras, pensamientos y sentimientos, y es nuestro deber saber controlar nuestro carácter, y si es "fuerte", no es algo que se nos deba pasar desapercibido y dejarlo salir sin más. Es algo que debemos controlar, e ir dominándolo poco a poco, cosa que no hemos hecho en existencias anteriores.
Tan malo es tener ese carácter fuerte y descontrolado, que el lado opuesto como es la debilidad de carácter, porque entonces somos veletas y nunca hacemos lo que nos dicta nuestra conciencia, sino lo que creemos que a los ojos de los demás será lo mejor, o esperamos que alguien nos diga “esto es lo que debes hacer”. Tenemos tal inseguridad, tal falta de carácter, que siempre necesitamos que alguien nos confirme los pasos que debemos dar. En estos casos si nos equivocamos no es por nosotros mismos, con lo cual sufrimos doblemente, y si acertamos el mérito tampoco es nuestro, con lo cual es difícil que podamos sentirnos satisfechos. En este sentido una lección que debemos aprender es a tomar nuestras propias decisiones y a equivocarnos por nosotros mismos, entonces nos resulta mucho más sencillo detectar los posibles errores y asumir el compromiso de rectificarlos.
Lo difícil es conseguir esa madurez y equilibrio espiritual que nos permita pensar y manifestarnos con libertad, pero con la base de los valores espirituales y el respeto al prójimo, dejando a un lado el egoísmo y los intereses particulares. Ser lo suficiente honesto para reconocer cuándo nos hemos equivocado, y dar la razón a los demás, sin ningún reparo en corregir nuestra postura y ceder a otras formas de actuar que antes no habíamos considerado. Así es como se forja el buen carácter, que es al que todos deberíamos aspirar, aprendiendo cada día y siendo conscientes de que no somos perfectos.
Carácter no implica rigidez, sino que sin perder nuestro sello, sepamos adaptarnos al entorno, sin complicarnos en actuaciones que están fuera de nuestro sentido moral y manteniéndonos firmes en lo transcendente, de esta forma nos haremos respetar al mismo tiempo que la amplitud de miras que ha de ser nuestra aliada, nos ayudará a seguir mejorando nuestro carácter, para no quedarnos estacionados y convertirnos en fanáticos de nuestras propias ideas.
La mejor forma de conservar el carácter es actuar siempre
con rectitud y con principios, a veces no resulta fácil, pero logramos
no sólo mantener nuestra personalidad, sino que además la
vamos fortaleciendo día a día, dando la imagen transparente
de lo que somos y lo que pensamos, y sin darnos cuenta tendremos una coraza
que nos protegerá de todas aquellas circunstancias que podrían
llevarnos por otro sendero.