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Cuando se conoce la noticia todo el mundo parece sensibilizarse horrorizándose de todo aquello que la catástrofe ha producido y conociendo por la televisión u otros medios de información lo sucedido, muchos se vuelcan con sus donativos y otras formas de colaboración, siendo todo ello de mucho agradecer, pero pocos días o semanas después ya no nos acordamos de lo ocurrido, volvemos a la vida normal y nos olvidamos de que millones de personas subsisten con lo más mínimo, que no poseen los medios más adecuados para realizar su trabajo, que mayormente son trabajos agrarios y por tanto muy duros, que muchos niños no pueden asistir a la escuela, que no tienen siquiera la ropa y calzados para vestirse, y no hablemos de las condiciones de salud, higiene y alimentación. Mientras que a nosotros, los ciudadanos civilizados no nos falta de nada, y sin embargo nos quejamos de nuestra situación, envidiamos a los que están por encima de nosotros y no cesamos de luchar por aumentar nuestro nivel de calidad de vida.
Esto a mi criterio significa que nos movemos por un impulso de un momento, que toca nuestras fibras más sensibles sacando lo bueno que llevamos dentro que nos obliga a ser solidarios y a volcarnos en la ayuda de los más necesitados. Sin embargo, en nuestro interior nos falta una base de desprendimiento, nos falta conciencia de que en el día a día, sin necesidad de que ocurran estas catástrofes, millones de personas, en especial niños, sufren cada día infinidad de carencias. Nos falta el compromiso social con la humanidad de que hemos de estar todos bien, de que hemos de desear tanto nuestro bienestar como el de todas las personas de este mundo, y que por tanto no deberíamos esperar a que ocurran este tipo de acontecimientos para acordarnos de los que sufren, sino que nos debería nacer por propia iniciativa el deseo y realización de hacer algo que ayude en alguna medida a los que sufren las carencias más elementales.
Esto representa el que hemos de ser capaces de renunciar a algo en nuestra vida, acordándonos de lo mucho que necesitan otros que aunque estén muy lejos, aunque nunca los hayamos visto en la realidad, están ahí, y sin duda saben que nosotros estamos aquí, que lo tenemos todo, que tiramos y derrochamos porque nos cansa el no saber qué hacer muchas veces con todo lo que tenemos.
Es necesario volcarse en los momentos de extrema necesidad, es algo que hay que aplaudir y que hay países en los que está creciendo de verdad este sentimiento solidario. No obstante, la verdadera solidaridad está en compadecerse de aquellos que ya nacen faltos de lo más necesario, que su vida la van a tener muy determinada por las circunstancias en las que han nacido. Nada nos impide que renunciemos a muchas de las cosas superfluas que no nos hacen falta, nada nos impide que adoptemos una actitud de moderación pensando en que lo que a nosotros no nos va a hacer nada a otros les puede ser de mucha utilidad, nada nos impide dedicar una parte de nuestro tiempo a ayudar a que esos pueblos se puedan desarrollar con más dignidad, ayudándoles a salir adelante facilitándole los medios para ello.
Hagámosles saber que nos tienen a su lado, que aunque estemos lejos deseamos que comiencen cada día con una nueva esperanza, ayudémosles a creer que este mundo está dejando de ser egoísta, está empezando a romper las barreras que nos separan, que todos somos uno y que nos consideramos auténticamente hermanos.
Dejemos que ellos trabajen para su mejoramiento pero no impidamos
que nuestro corazón se cierre a la ternura y la compasión,
que son expresiones sublimes del amor ¡cómo sino vamos a hacer
más grande nuestro corazón! De este modo, al mismo tiempo
que hacemos algo por los demás, haremos algo también muy
importante, estaremos dando un ejemplo a nuestros hijos, educándolos
en el amor y la compasión, enseñándoles que no hemos
de conformarnos sólo con nuestra felicidad, sino que estamos obligados
a ayudar a los que sufren.