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Desde que el espíritu humano creado por Dios entra en la dinámica del progreso a través de la reencarnación, cada vida, cada existencia, se convierte en un eslabón importantísimo que le permite asimilar experiencias, corregir errores y crecer espiritualmente. Es por ello que, el espíritu antes de encarnar, cuando se encuentra en el espacio y tiene a la vista una nueva vida, intenta programar lo mejor posible los condicionantes de la nueva venida a la tierra. No siempre es esto posible pues depende del grado evolutivo del ser y de su comprensión de las necesidades espirituales que precisa.
Además de ello, todos los espíritus cuentan con la ayuda de auténticos especialistas en este campo; espíritus de bien que ayudan en el proceso aconsejando, orientando e indicando las mejores opciones para aprovechar debidamente una vida en la carne. Estos espíritus, estudian y analizan la situación espiritual de la persona, su nivel evolutivo, sus deudas del pasado, las necesidades de progreso que más urgencia tienen, las imperfecciones en las que el ser debe poner más ahínco en corregir.
Y una vez analizados todos estos perfiles de la persona y sus características individuales, intentan buscar el ambiente familiar, social y de parentesco más adecuado para que el espíritu que desea reencarnar pueda aprovechar el tiempo, en compañía de espíritus que le ayuden a progresar en la carne, en los ambientes adecuados que le permitan superar las pruebas que se le presentarán para su fortalecimiento y progreso espiritual.
Todo este enorme trabajo no es más que una pequeña muestra de cómo desde el plano espiritual se trabaja en el perfeccionamiento del ser humano, luego, al fin y a la postre será la voluntad del individuo y su reacción ante las pruebas y acontecimientos que la vida le presente, lo que permita un mayor o menor aprovechamiento de la nueva vida que piensa iniciar.
Cuando el espíritu medianamente evolucionado recibe esta gran ayuda para poder iniciar con paso correcto una nueva vida, su ilusión va creciendo por momentos, deseando con vehemencia la vuelta a la vida física con el propósito firme de progresar espiritualmente; es tanta la fuerza que se recibe que cuando este espíritu comprueba igualmente la actitud positiva de los que serán sus padres ante el anuncio de su llegada, redobla sus esfuerzos por intentar proponerse hacer las cosas bien en la nueva etapa que piensa comenzar. De aquí surge ya su primer sentimiento de agradecimiento hacia los que le ayudan y hacia los que con tanta alegría e ilusión esperan su llegada: sus padres.
Pero qué ocurre cuando el espíritu no es bien recibido, cuando los padres consideran una carga la llegada de un nuevo hijo; el ser se siente rechazado y en algunas ocasiones si el espíritu que viene a reencarnar no es muy fuerte y el rechazo materno es por el contrario muy acusado, puede sobrevenir el aborto involuntario; debido a la gran fuerza que los sentimientos y pensamientos de la madre pueden tener sobre el feto y al rechazo que generan sobre el mismo.
Esta actitud de rechazo materna acarrea graves responsabilidades espirituales sobre la madre, aunque ésta no sea consciente de ello. Responsabilidades que se multiplican si la madre pasa a tomar la determinación de realizar el aborto provocado; aquí ya estamos hablando de un atentado contra la vida que tiene una repercusión muy negativa para el espíritu que lo ejecuta y del cual tendrá que dar cuenta el día de mañana; la ley de causa y efecto reajustará esta actitud criminal pues ante las leyes divinas el aborto es considerado como un asesinato, con todo lo que ello significa.
Podemos comprobar cómo, en el caso de que el nuevo ser que viene sea bien acogido, todo son facilidades espirituales, aunque su venida se produzca en condiciones sociales o económicas adversas. Esto no importa tanto, y a buen seguro obedece a la planificación que se ha realizado antes de encarnar.
Por último, debemos reflexionar
ante el hecho de que, nunca se toma una vida en la carne por azar o casualidad
sino que en la mayoría de los casos existe una planificación
previa que nos ayuda sobremanera a determinar cuáles son nuestros
objetivos de progreso en la Tierra. A partir de la ayuda recibida en el
plano espiritual, y de la nueva etapa que se comienza, depende ya únicamente
de nosotros el aprovechar esta nueva oportunidad de progreso que Dios nos
concede para seguir caminando hacia la perfección y la felicidad.