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Si el debate está en la calle, en todos los foros culturales, científicos y religiosos, el debate debe estar también contemplado desde un punto de vista no analizado hasta la fecha: "el de las leyes espirituales", y dentro de éstas más concretamente en lo que concierne a la ley de la reencarnación que es la que regula el proceso de la vuelta a la vida de todo ser humano.
El concepto ético-moral que la ley de la reencarnación puede ofrecernos acerca de la reproducción asistida nos aclara con profundidad manifiesta el funcionamiento perfecto y la justicia de las leyes divinas. A la luz de este concepto podemos asegurar que todo avance científico que facilite la llegada de la vida humana, siempre y cuando se realice con los controles oportunos que no pongan en riesgo la vida de los progenitores, puede ser en términos generales positivo para el avance de la humanidad.
La ciencia ha de aprovecharse con sus fines nobles y de progreso para facilitar la vida del hombre. Ahora bien, si los fines de la investigación científica se desvían hacia conceptos tales como el mercantilismo (mercados de venta de óvulos), la experimentación irresponsable (que pone en peligro la vida de la madre), los bancos de embriones (embriones fecundados y congelados durante años con motivos meramente comerciales) y tantas otras cosas que atentan contra el sentido noble y elevado de la vida humana es entonces cuando las leyes espirituales son contrarias a estas prácticas y la responsabilidad que se adquiere con las mismas es enorme y por ellas se pedirán cuentas a los que las ejercen.
La aplicación de la ciencia puede entonces ser positiva o negativa según sea el interés y el fin que se persigue. Las leyes divinas son inflexibles en esto: si la finalidad es positiva y las investigaciones se realizan con controles y seguridad para favorecer determinadas carencias de personas que no han podido fecundar y desean fervientemente ser padres, contarán con el beneplácito de la ley, mientras que si los fines son económicos o de otra índole, o las investigaciones rayan en la irresponsabilidad de querer ocupar la parte que a Dios le corresponde en este proceso, no sólo no se lograrán resultados positivos sino que es muy posible que el procedimiento se vuelva contra aquellos que lo ejercen, al ser contrario a la ley natural, propiciando aberraciones genéticas de las cuales ya hemos tenido alguna que otra prueba.
Pero a pesar de todo, es siempre Dios el que propicia la llegada de todos los espíritus a la tierra y si Él no lo permite ya pueden realizarse experimentos al respecto que no acontecerá el fenómeno de la vida. El hombre podrá manipular, clonar, dividir o crear células a partir de otras en su aspecto biológico, pero lo que nunca podrá manipular ni trabajar el hombre es con el espíritu que es, al fin y a la postre, el que concede el hálito de vida a todo cuerpo humano y sin él la vida no puede existir.
Por ello las leyes divinas se valen del avance de la ciencia para permitir la llegada de nuevos espíritus a la tierra; no es el hombre el que crea la vida sino que la vida llega al hombre porque Dios y sus leyes así lo quieren y lo permiten.
Esta es la concepción ética
de la reencarnación; comprender que Dios y sus leyes están
muy por encima del hombre y de sus avances científicos.